Opinión

Contad en ataúdes

Vano empeño el de desentrañar los motivos por los que Dimitrios Pagourtzis, 17 años, disparó contra sus compañeros del instituto de bachillerato en Santa Fe, Texas. El supuesto acoso escolar, el influjo de las ideologías más fétidas, la tendencia a la introversión o la contingencia de un corazón roto de amores difícilmente lo habrían empujado al crimen de no mediar las turbulencias de un cerebro enfermo. Nadie medio normal agarra una escopeta y se lía a tiros. No importa cuán insufrible sea la presión que soporta. La afirmación contraria permite sostener insidias tan escandalosas como la que tacha de violadores potenciales a todos los hombres, y a saber cómo se controlan. Un relativismo ético, ligerito, fluorescente, que hace solubles las culpas y, al tiempo, empuerca la condición humana. Ahora bien. Podemos hablar, mejor, debemos, de aquellos factores que, lejos de exonerar al asesino, explican mejor la logística de sus crímenes. 270 millones de armas en manos de ciudadanos particulares en EEUU. Incluidos rifles de asalto.

Por supuesto, la facilidad para acceder a ellas, y esto incluye a individuos con problemas psiquiátricos, y la complicidad de unos legisladores entre negligentes y odiosos. Más la particularidad del capricho, resaltada por la Universidad de Harvard en 2016: el 3% de la población posee la mitad de esas armas, 133 millones. O aquel estudio de Adam Lankford, Universidad de Alabama, donde explica que entre 1962 y 2012, EEUU ha sufrido 90 masacres en las que uno o más tiradores abren fuego de forma indiscriminada y hieren o matan a más de 4 personas. Ningún otro país del mundo sobrepasa en ese medio siglo las 18 masacres o los 46 millones de armas. Los psicópatas como Pagourtzis pudieron padecer acoso, infectarse de odio o malvivir alienados por el capital y/o la conjura de los necios, pero cuentan con la ingrávida fluidez del negocio armamentístico. En un artículo del «New York Times» los periodistas Max Fisher y Josh Keller citaban al periodista británico Dan Hodges, convencido de que el debate sobre las armas murió con los 20 niños menores de entre 6 y 7 años, y otros 7 adultos, asesinados por Adam Lanza en el colegio de Sandy Hook: «Todo terminó en el momento en el que Estados Unidos decidió que el asesinato de niños era soportable». El precio de la libertad y su Segunda Enmienda, justipreciado en ataúdes blancos.