Opinión
12 euros
Tengo un grave problema. Me envían toda suerte de mensajes por «watshap» o como se escriba, y no puedo atenderlos ni responderlos. Cada vez que me mandan un whatsap de esos, mi móvil experimenta un derrame cerebral del que se repone con mucho esfuerzo. No quiero ser un esclavo ni perder mi libertad. Aborrezco sentirme dependiente de un chisme que me violenta. Tengo una tableta en mi casa, y con ella me conecto con las redes y el correo electrónico, pero le permito mucho descanso. Mi móvil es de Alcatel, modelo «One Touch» y lo adquirí tres veranos atrás en Cabezón de la Sal. Lo he escrito anteriormente. En Cabezón de la Sal se puede encontrar en los comercios un poco menos de lo que ofrece Nueva York. Me gradúo la vista y encargo mis gafas en Cabezón de la Sal. Si tengo algún capricho inesperado, paseo por su zona central y siempre encuentro lo que busco. Y si algún día, que espero llegue con tardanza, se estropea mi móvil, sé que en Cabezón lo hallaré sin dificultad. El «One Touch» de Alcatel está al alcance de todos los bolsillos. Se vende con su cargador en un estuche de plástico a cambio de 12 euros. Y funciona divinamente, dentro de sus lógicas limitaciones.
Tiene capacidad para guardar 50 mensajes. Si no he borrado previamente alguno de los ya recibidos, el mensaje 51 no entra, lo cual es una ventaja. Y para responderlos, sus teclas son tan pequeñas que el más leve desvío de uña o equivocada colocación del dedo pulsador, el mensaje se borra inmediatamente pasando a «Borradores». En tal caso, es preferible volver a intentarlo, porque desde «Borradores» resulta imposible enviarlo. Cuenta con un educado y discreto vibrador de llamada, tan discreto que en muchas ocasiones no se atreve a vibrar, gracias a lo cual se cubre con gran rapidez el almacén de «Llamadas Perdidas». No grabo los números con el nombre de sus usuarios por una sencilla razón. No sé hacerlo, pero intuyo si el que llama es amigo o es un pelmazo, aunque en ocasiones yerro y me sobreviene la tragedia.
No quiero pertenecer al inmenso rebaño de viandantes que se mueven por las calles mirando su «whatsap» o hablando solos con un cablecito pendiente de una oreja. No quiero que los paseantes que se crucen a mi paso oigan mis conversaciones. No quiero ser esclavo de un chisme que carece de alma y educación, que interrumpe, que molesta y que te despierta durante la siesta. Y menos aún, pertenecer a un «chat», que es probablemente el mayor de los suplicios que un ser humano puede padecer a estas alturas de la vigésima primera centuria.
¿Acaso antaño no nos comunicábamos? Todos seríamos más felices si en lugar del puñetero y malvado «whatsap» tuviéramos en nuestros bolsillos y bolsos un «One Touch» de 12 euros. Por otra parte, los «whatsap» son muy caros y están fabricados con un cálculo perverso. Se deterioran con rapidez y el enganchado se ve obligado a sustituirlo por otro nuevo infinitamente más costoso. En cambio, con el «One Touch» de Alcatel, no se produce ese contratiempo. Vive más y fallece de golpe, sin avisar, como la gente bien educada. Cuando falleció mi anterior móvil y acudí a repararlo, una señorita guapísima me desaconsejó el proyecto. «Se puede reparar, pero le va a costar 57 euros, y uno nuevo le sale por 12». No hace falta ser Espinar para valorar adecuadamente la benéfica oportunidad. Y lo compré, claro.
Para colmo, están siendo desmontadas las cabinas telefónicas. Las nuestras eran feísimas, pero me figuro Londres sin sus cabinas de madera pintadas de rojo, y la tristeza me oprime. Alguna dejarán, para que las nuevas generaciones disfruten de la vieja estética mancillada por la prisión permanente y no revisable de los «Whatsap». Créanme. Serán mucho más felices si se deshacen de esos violadores de su intimidad. Con 12 euros de inversión, volverán a ser libres.
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