Opinión

Propiedad

Antaño, la propiedad, para los liberales, era la base sobre la que una persona podía crecer y desarrollarse, al amparo de la ley. La propiedad, junto con la libertad y la iniciativa individual, constituían derechos legales que estimularían la mejora no solo personal, sino social. Tener una casa en propiedad era una garantía que permitía a su propietario venderla en el futuro, cambiar ese bien por dinero que le habilitara para enfrentarse a contingencias económicas desfavorables, imprevistos... Mientras que, quien no poseía nada, tenía pocos recursos para luchar contra la adversidad. Pero en nuestros días se ha iniciado una tendencia quizás imparable que tiene por objeto «compartir» bienes importantes (casa, coche...), disfrutar de ellos, o usarlos, de manera alternativa con otras gentes. Compartir es un verbo de connotaciones altruistas, que suena bien, y resuena mejor, en la conciencia social del ciudadano.

Quien comparte tiene la impresión de que regala y cede, de que es solidario y aporta una visión sostenible del mundo. Es lo que se llama la cultura o economía «del don», del regalo, que florece sobre todo entre personas que valoran la cotización íntima de su «karma» antes que la del Dow Jones. A pesar de que incluso los regalos tengan un gravamen fiscal, hay valores colaborativos intangibles, que se le suponen a la economía del compartir, que no pueden ser totalmente monetizados. Todo eso, de alguna manera intuitiva, está presente en la mentalidad de quien comparte casa, coche, vacaciones... Esa corriente social se inclina a la desposesión, mientras comparte buscando una vida más plena y rica (en el sentido social de la palabra, no en el monetario). Además, el autodenominado «consumo colaborativo» busca satisfacer las necesidades de los individuos a los que pone en contacto a través de plataformas (empresas multinacionales) de internet. La mayoría de las personas cree, de forma errónea, que esa forma de «compartir» es algo parecido al trueque, cuando se trata de un capitalismo poco eufemístico que, por ejemplo, en lo que se refiere a la vivienda, está haciendo que suban de forma espectacular los precios de los inmuebles en las principales ciudades. Si la tendencia a la «desposesión» se afianza, algún día la clase media ya no tendrá propiedades para vender. ¿Prosperará más así? ¿Caminamos hacia la liberación?, ¿o hacia la servidumbre...?