Opinión

El soberbio

Ganó Aznar las elecciones. El PSOE de los últimos años fue una calamidad, y se aventuraba una mayoría absoluta del PP. Aznar no la consiguió. Necesitaba los votos de CIU, los nacionalistas catalanes para gobernar y mantener el equilibrio parlamentario. Roca y Durán Lleida lo tienen que recordar. El PNV no era un socio deseado, aunque Arzallus engañó a Aznar, el gran soberbio, con una facilidad de circo infantil. Y Aznar, el indiscutible, el hermético, el castellano seco, se reunió con Jordi Pujol, en aquellos tiempos Muy Honorable Presidente de la Generalidad de Cataluña. Sus votos parlamentarios eran más asumibles que los del nacionalismo vasco, si bien Arzallus se introdujo en los afectos de Aznar con sabiduría jesuítica. Sólo he cenado en una ocasión en La Moncloa. Un grupo de columnistas de ABC con nuestras mujeres. El Palacio de la Moncloa es una chapuza de Eugenia de Montijo. El «hall» o recibidor, se convierte en salón. Todo muy frío y distante. Aznar, que no es precisamente la alegría de la huerta ni el delicioso rincón del ingenio, nos aleccionó a los entonces columnistas de ABC. Jaime Campmany, Antonio Mingote, José María Carrascal. Y el que esto firma. Y con esa seguridad y prepotencia que sólo gastan los inseguros y los prepotentes de nuevo cuño, nos solicitó algo insólito: «Tratar mejor al PNV, porque tengo a Arzallus en el bolsillo. Nos caemos bien. Hay empatía». Me permití recordar a Aznar que Arzallus era mucho más inteligente que él, que ya había engañado previamente a Adolfo Suárez y Felipe González –no a Alfonso Guerra–, con su vaina del respeto y lealtad al Rey como Señor de Vizcaya. Y Aznar me regaló una media sonrisa de desprecio. Meses más tarde, el Gobierno de Aznar combatió como ninguno de los anteriores contra la ETA. Y ganó. Hay que reconocer que su firmeza con el terrorismo etarra, que estuvo a una décima de segundo de asesinarlo, fue su gran triunfo. Aznar, con Jaime Mayor Oreja, principió el final derrotado –todo es discutible– de la ETA.

Pero estábamos en los votos parlamentarios. Aznar consultó a Pujol, el derivado a ladrón. El Presidente de la Generalidad le puso tres condiciones para sostener su mayoría-minoría parlamentaria. La suspensión del Servicio Militar Obligatorio, la entrega en bandeja de plata de la cabeza de Alejo Vidal-Quadras, y la transferencia completa de la Educación en Cataluña. Y Aznar pasó por los tres aros. Tres aros de fuego, con circense agilidad felina.

Y a partir de ahí, comenzó todo. La conocida y ocultada corrupción en Cataluña. El final de la institución que entretejía a los jóvenes españoles, que provenientes de todos los rincones de España, servían a su Patria y establecían de norte a sur y de este a oeste, amistades y compañerismos invencibles. Y finalmente, le exigió la plena transferencia de la Educación a la Generalidad. Ahí comenzó todo. Un gobernante del Estado angustiado por su minoría, y un –en aquel tiempo, reputado Honorable–, dispuesto a pulverizar todo lo que había de España en Cataluña. Entretanto, la economía subía y de tanto subir, al cabo de los años, en la boda del Escorial se reunieron los mayores golfos del poder establecido, quebrando la imagen del nada simpático pero honrado dirigente de la Alta Castilla. Mas tarde se hizo la foto del paleto con Bush y Tony Blair, porque se creyó lo que no era y se olvidó de a quien representaba. El primer ministro portugués, anfitrión en Las Azores, les ofreció el café con pastas pero escapó de las fotos. No fue éste el mal mayor que Aznar produjo. Fulminó unos de los mejores museos militares del mundo para trasladar sus fondos a tres plantas del Alcázar de Toledo, más grande en dimensiones que en contenido. Y por capricho, destrozó la armonía del más bello barrio de Madrid para levantar la construcción innecesaria que todo dictador anhela. El horrible cuadrado de Moneo en la armonía maravillosa, poética y artística del entorno del Prado.

Se oyen voces indignadas. España se desconsuela en su abandono. Rajoy viene del dedito de Aznar. No es el culpable fundametal de lo que pasa. El soberbio, incontestable y antipático Aznar – su lucha contra la ETA siempre recibirá el agradecimiento de España–, fue el culpable de muchas de nuestras actuales desventuras. Duele, pero así es.