Opinión
Colonia de forajidos
Nuestra vieja colonia de Flandes se ha convertido en un refugio para forajidos españoles. Ahora le ha llegado el turno de fuga a un rapero, un tal Valtonyc, condenado a tres años de prisión por enaltecimiento del terrorismo, injurias a la Corona y amenazas. El valiente Valtonyc, en su último atraco con micrófono, alentó a su público «a matar un puto guardia civil», y «ponerle una puta bomba al fiscal». Un juglar con cultura. Pero simultáneamente, y como escribe Juan Luis Carrasco en el Punto de Mira de LA RAZÓN, le sobrevino la flojera, el tembleque, el sudor frío y la sequedad de boca ante su inminente ingreso en la cárcel, y mutó de león a gallina, y así, cacareando de susto, ha alcanzado las tierras de la antigua colonia española de Flandes como si fuera un Puigdemont cualquiera.
Y me parece bien. Para algo tiene que servir nuestra vieja colonia de Flandes. Nos alivia el ambiente y cobija a los indeseables que sobran en la Metrópoli.
Porque Flandes, en pocas semanas, tendrá que aceptar la estancia de las chicas que se fugaron a Suiza, Anna Gabriel y Marta Rovira, con su plazo de permiso de residencia en Ginebra a punto de extinguir. Y mucho me temo sin temer absolutamente nada, que muy pronto se someterá a la hospitalidad de Flandes el mayor Trapero, cuya instrucción judicial ha dado por terminada la juez Lamela. Como se ponga de moda Flandes para escapar de la justicia española, España se va a convertir en un paraíso.
El maleante Puigdemont tiene previsto recuperar su palacete de Waterloo, si así lo considera y tolera la justicia germana. Es terrible. Aquí nos hemos encocorado con la adquisición de un sencillo chalé de sierra por una pareja de obreros hipotecados, y nos olvidamos del palacete de Waterloo, que lleva más de dos meses deshabitado con el precio del alquiler puntualmente cumplido. Si la tendencia de la emigración delincuente sigue al alza, recomiendo que los españoles huídos a Flandes se reúnan en feliz «urba» en torno al chalé de Puigdemont, «Can Caganer», que por lógica, tiene que ser el centro de reuniones. Y si el Ayuntamiento de Waterloo autoriza sacrificar una parte del bosquecillo adyacente a «Can Caganer» para construir una pista de pádel, todos a disfrutar. Ver a Torra, Torrent y Elsa Artadi llegar a Waterloo con atuendo deportivo y raqueta presta al globo o al «smash» tiene que resultar más que reconfortante. Con los otros consejeros y Valtonyc de público, y Trapero impidiendo el paso de los curiosos, que siempre los hay.
El problema del bosquecillo lo protagonizan las ardillas. A los flamencos, nuestros antiguos súbditos, les encantan las ardillas. Son como los koalas para los australianos, los kiwis para los neocelandeses y los quetzales para los guatemaltecos. En el otoño, cuando las nueces maduras se ofrecen en las ramas de los nogales, los vecinos de la «urba» donde se ubica «Can Caganer» se pasan horas y horas disfrutando del ajetreo de las ardillas, entre «¡Oooohs!» de admiración, y «¡Ahhhs!» de divertida complicidad. Llegada la noche, los vecinos retornan a sus hogares y comentan las peripecias de las ardillas, siempre sorprendentes. Lo escribió Marquina: «En Flandes se ha puesto el sol».
La antigua colonia española se está llenando de españoles enemigos de España, y no hay mal que por bien no venga. No cumplen sus deudas con la justicia y la sociedad españolas, pero al menos, tienen el detalle de no permanecer en España. Lo segundo es mejor que lo primero, y nos sale más barato a los españoles, porque lo de Flandes, al menos el alquiler de «Can Caganer», hasta la fecha lo está pagando Matamala, que salió de España entrecano y se le ha puesto el pelo como si fuera hijo de Copito de Nieve.
Dicho esto, que allí están muy bien todos los forajidos, que llegarán algunos más, y que se van a enterar de lo triste y aburrido que es vivir en nuestra vieja colonia española. Mejor un rayo de sol entre los barrotes que una ardilla en Flandes. Y no lo digo yo. Lo dijo y dejó escrito Van Zöelnner.
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