Opinión
Feria del Libro
La Feria del Libro de Madrid guarda muchos rincones de recuerdos. Más de diez años llevo sin acudir a ella. Era una feria independiente que terminó en manos de una gran empresa editora. Por otra parte, era un tostón. En la caseta de Rubiños, cuando vivía el gran don Antonio, perdí mi firma. Entre la mañana y la tarde dediqué 1078 libros, y me desmoroné. Otro día compartí caseta con Pepe Hierro, poeta formidable. Mi libro de aquel año era «Coñones del Reino de España», una antología caprichosa de la poesía satírica. Firmé muchísimos y Pepe Hierro no llegó a la decena. Me avergonzó la injusticia. El mayor poeta de España pasaba desapercibido mientras, cuatro o cinco casetas más allá se formaban colas interminables para obtener el autógrafo de un señor que salía mucho en la televisión. Contrató a un «negro», le escribieron el libro y arrasó. Una de las casetas más visitadas era siempre la de Antonio Gala. Después de firmar mi libro a una señora muy simpática, ésta me preguntó por la ubicación de la caseta de Gala. Orienté su deseo, y le dije: «Le va a dedicar el libro de esta manera. ''A Gloria, se llamaba Gloria-, con mi amistad perfeccionada por el uso''. -¿Cómo sabe usted lo que me va a escribir?-. –Usted vaya y después me cuenta-. Una hora más tarde pasó por mi caseta con el libro del listísimo cordobés firmado. Me mostró la dedicatoria: ''A Gloria, con mi amistad perfeccionada por el uso''». Gala era el mejor comercial de sus libros, y para no perder tiempo, cada año los dedicaba con el mismo texto. Compartí muchas veces caseta con mi inolvidable Antonio Mingote, que además de dedicar el libro añadía un dibujo junto a la dedicatoria. Una mañana se le acercó una señora muy nerviosa, de esas que se conmueven ante su ídolo. «A ver, don Antonio, me llamo Sara. Escríbame cualquier tontería de las que usted hace». Y Antonio escribió: «A Sara, tan inteligente que hace cola para que yo le escriba tonterías». Y se marchó, encantada.
Guardo como un tesoro una pitillera de plata con unas iniciales «PD» incrustadas en oro. Una joven atractivísima hizo cola en mi caseta. Al llegar su turno, me la regaló: «Ya he leído su libro. No vengo a que me lo firme. Quiero regalarle la pitillera de mi padre porque usted alivió los últimos días de su vida. Murió sonriendo». No se identificó, y desapareció por la curva de los magnolios hacia Alcalá después de hacerme tan maravilloso regalo.
Firmaba Tip su libro «Santos Varones». Llegó retrasado, como era habitual en él. Esperaban más de un centenar de lectores su llegada. Ante semejante multitud, Tip escapó. Se lo dijo al asombrado librero. «Esto no es una firma, esto es mucho trabajo, buena mujer». Y abandonó la Feria.
Globos, niños, besos, firmas, abrazos, siestas sobre la hierba, calor agobiante, exigencias... «Escríbame algo gracioso y que sea original». «A la chica que me ha precedido le ha escrito ''un beso'', y a mí ''afectuosamente''. Yo también quiero que me escriba ''un beso''». «No quiero su libro y menos su firma, he hecho cola para decirle que me cae usted fatal». «Don Alfonso, le dejo mi libro para que lo lea y me dé su opinión». Y un paquetón con trescientos folios. Mi opinión jamás le llegó. Ni le llegará.
La Feria del Libro de Madrid es un agotador prodigio. Parece ser que este año los vientos programados pueden retrasar su inauguración. Pero lo de las firmas se ha convertido en una costumbre abrazada al tópico. Así que llega un señor con bigotes y te dice: «Me llamo Aurelio, soy de Almería, mi mujer es Lorenza, tengo tres hijos, dos nietos y un perro. Dedique el libro a todos». –¿Nombre del perro?-; «Se llama ''Gop'' y es pastor alemán». «Perfecto. Para Aurelio, Lorenza, sus tres hijos, sus dos nietos y ''Gop'', con un abrazo». Y don Aurelio lo lee y comenta: «A ''Gop'' le va a hacer mucha ilusión». Feria del Libro.
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