Opinión
Colgando en sus manos
Vaya por delante que, en mi casa, se habla hoy, sobre todo, de la renuncia de Zidane como entrenador del Real Madrid. En mi casa... y me temo que en la mayoría de los hogares y bares españoles. Existe un hartazgo evidente de todo lo político. ¡Con la que está cayendo, no me lo explico! Atravesamos horas cruciales de esta democracia nuestra cada vez más parecida en sus formas y enredos a la italiana. Qué endiablado escenario político se nos ha quedado ahora que cada partido, despojado ya de cualquier resquicio de pudor, mira estrictamente por sus intereses electorales. Los ganadores de sondeos desean elecciones ya, a toda costa; los demás harán lo posible por evitarlas. Y así, con la sentencia de la Gürtel aún caliente, se lanzan fuegos artificiales en el Congreso de los Diputados (o gases lacrimógenos, según quién los observe). Estalla el hemiciclo y los españoles presenciamos un debate que poco tiene que ver con las necesidades de España y mucho con estrategias calculadas.
Si la semana pasada, cuando el Partido Popular aprobó sus cuentas gracias al apoyo del PNV, nos explican que esos mismos nacionalistas vascos iban a apoyar la moción de censura del PSOE contra el Gobierno de Rajoy, no nos lo creemos. Pero sí, pellízcate. Lo explicó Aitor Esteban: como dice la canción, estamos todos «colgando en sus manos». Emerge hoy un nuevo ejecutivo socialista presidido por Pedro Sánchez que, de entrada, no resulta apacible a la vista. Sánchez llegará a La Moncloa gracias al apoyo de PNV, PDeCAT, ERC, Bildu, Compromís, Nueva Canarias y Unidos Podemos. Ahí es nada. Cayó la tormenta perfecta sobre el PP y el paisaje resultante me parece, cuando menos, sorprendente, inquietante. Desconocido, si despliego optimismo. La realidad parlamentaria española ha superado en inventiva a la ficción del célebre serial escandinavo «Borgen». Un político, Pedro Sánchez, ninguneado y dado por muerto tantas veces, ha demostrado que se puede renacer e incluso llegar a La Moncloa con los peores enemigos en su casa. De momento, respeto y silencio. Oír, ver y callar. Será presidente pero... ¿a qué precio? Lo veremos en el próximo capítulo. De Rajoy, me quedo con su palabra. No dimitirá, no se siente corrupto. Su ausencia en la escena de la pesadilla final ha pesado. En su lugar, un bolso. ¿Una señal?
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