Opinión

El límite de junio

La resistencia anímica de un urbanita alcanza hasta junio. En junio se necesita la huida para sobrevivir. Llega sin avisar el calor y el asfalto se derrite. En junio se cuentan los días en espera del momento de recuperar el pequeño mundo de cada uno, aunque sea a través de la nostalgia y la melancolía. El gran escritor Abel Hernández, de cuando en cuando nos regala en su columna de La Razón, su malograda necesidad de llenar de vida, de gritos de niños, de sombras de seres queridos, las calles y plazas de Sarnago.

Mi añoranza se calma con la luz de la luna rural. La luna en la ciudad es otra luna. La luna de los valles del norte, que guardan por las noches sus aromas de cidras y heno. Las noches bien encendidas en las costas, las mieses, los acantilados y los bosques. Esa luna llena que ilumina la playa desierta que descansa de madrugada hasta que sus arenas son pisadas y violentadas por las muchedumbres playeras.

Lo mejor de las playas norteñas, por aquello de las mareas, son las pozas que entre rocas, se mantienen con vida en la bajamar. Quisquillas y cangrejos. De cuando en cuando, un caballito de mar. Los niños con sus esquileros y sus cubos. Se prohibirán en poco tiempo. Los niños y sus padres serán acusados de asesinos de la hermana quisquilla, del hermano cangrejo y del hermano caballito de mar. En el norte de España los ganaderos temen al hermano lobo, y en sus bosques montañosos de Asturias, Cantabria, Palencia y León, el hermano oso se ha multiplicado por diez. Por ahí va la familia de senderistas carril hacia arriba mientras carril hacia abajo baja la osa con su osezno. Y la osa se planta. Y la familia de senderistas desciende a toda pastilla desde el hayedo hasta Cosgaya, donde anuncian que van a denunciar al cuartelillo de la Guardia Civil el ataque de un oso no previsto en los prospectos publicitarios de Liébana. –Nos atacó la osa, y eso no se advierte en los prospectos-. En el alto de Piedrasluengas, que este último invierno ha convivido con más de dos metros de nieve, los dueños de la única venta lamentan la desaparición de los venados. –Hace años, veíamos venados. En la actualidad, osos y más osos-. Por el cielo, el águila ratonera, el milano y el buitre, cuyo número crece sin detenerse. Cazar un buitre que ataca al ganado vivo – después del ganado vendrán los niños de los senderistas-, conlleva penas de cárcel superiores a matar en una salvajada terrorista a un guardia civil. De Juana Chaos, Josu Ternera y Arnaldo Otegui lo saben. Buitre muerto, multa millonaria y dos años de cárcel. Guardia Civil asesinado, a doce meses de prisión por cada tricornio horadado por la nuca.

En el hayedo del Jilguero, en Cabuérniga, camino de Sejos, se reparten el territorio los corzos. De golpe, la sombra del lobo, siempre apasionante. Ya estarán los castaños florecidos y las hayas renovadas. En el lecho, junto a Ruente, el solar de los Terán, un bosque escondido de robles infinitos. Lo dijo un constructor inmobiliario cuando se lo mostraron. –¡Qué maravilla de vigas!-. En Mazcuerras, desde la cotorra de Ricardo, el haya negra portentosa que gobierna el prado. Nutrias y truchas en los ríos, y ya el salmón y el reo a punto de ascender por sus aguas. En el Deva, a medio tramo del desfiladero de la Hermida, una gran peña detiene a los salmones, que se miran perplejos unos a otros por su incapacidad de superarla.

Y de vuelta a Ruiloba, Comillas, Caviedes, Vallines, Novales o Mazcuerras, limoneros, naranjos, magnolios y vides de vino nuevo, el vino blanco de Gabriel Bueno que ha salido como el apellido de su creador. Y las sobremesas en El Oso de Cosgaya, o en Cofiño de Caviedes, o en el Boga de San Vicente, o en la terraza del Real Estrada, puerta del valle de Ruiseñada, con Adolfo y Raúl aliviando la nostalgia de La Rabia, la maravillosa ría controlada por las desaparecidas compuertas condenadas por los ecologistas y que han convertido su paisaje en un barrizal de bajamar del que huyen los antiguos patos, cisnes, gansos y cercetas.

Ya es junio. Luna rural. El descanso.