Opinión
El dolor de un amigo
Una extravagancia oncológica imprevista en el organismo de un buen amigo puede distraer mi atención durante unos días. Le arreglará el despropósito una doctora con ciencia y manos elegidas. Mi amigo es de esos petulantes que al menor indicio de quiebra de salud, se desmorona. En su viaje de novios, en una playa del Caribe, le picó una medusa, y cuanto le sucede, se lo achaca al celentéreo, que lleva años en los infiernos de Neptuno. La doctora es joven, guapa, sabia y profundamente madridista. No se pierde una final de la Liga de Campeones o de la Euroliga cuando la disputa el Real Madrid de fútbol o baloncesto. Y coincidimos en la preferencia del nuevo entrenador de fútbol. Si de la doctora Belén Guerra y el amigo de su paciente dependiera la contratación, el nuevo entrenador del primer equipo del Real Madrid sería Klopp. Con Laso en baloncesto estamos felices y no tenemos la menor intención de sustituirlo.
Ha estado en las cuatro últimas finales de la Copa de Europa de fútbol, e incluso reservó plaza para la de Berlín, a la que no optó el Real Madrid. Viajó a la capital alemana, y al marcar el Barcelona el segundo gol a la Juventus de Turín, abandonó el estadio y se dio un memorable garbeo berlinés. De no ser tan guapa y haber nacido sesenta años atrás, sería la presidenta del Hongo Club, la pionera peña viajera que acompañó al Real Madrid en sus primeras cinco finales europeas. Los del Hongo Club eran, además de madridistas de verdad, divertidos, ocurrentes y cachondos. Organizaba los viajes Juanito Padilla, el de «aféitese la barbilla con máquinas de Padilla».
Mi amigo estaba despistado –nació en Oslo– y lo llevé a la consulta del doctor Javier Hornedo, eminente oncólogo que combina a la perfección su sabiduría con una calidad humana muy superior a la media. Todos los grandes médicos tienen un ángel de la guarda a su lado, y en el caso del doctor Hornedo ese ángel se llama Araceli. Entre unos y otros convencimos a mi amigo, que es muy raro, que se entregara a la doctora merengue y a su estupendo equipo.
A pesar de lo poco que me gustan las clínicas, he acompañado a ese logomorfo a sus consultas y pruebas.Y he llegado a la conclusión de que los quirófanos y salas de espera son más acogedores, en los centros hospitalarios, que las cafeterías. Mi extraño amigo, con el estómago vacío, acudió a la cafetería para meterse un «sandwich» entre pecho y espalda, y le comunicaron que sólo quedaban disponibles bocadillos de mortadela y lechuga. Me lo tuve que llevar a Madrid y me costó un congo la broma. Me comí muchos bocadillos de mortadela en la Mili, y allí sabían a gloria, pero entiendo que un tipo que nace en Oslo y le pica una medusa en el Caribe, opte por otras preferencias. Es tan raro que nació en Oslo siendo su padre de Talavera de la Reina y su madre de Cabezón de la Sal.
Pero es sabio. Me comentó mientras esperaba que le practicaran una resonancia magnética –salió de la misma con los pelos en punta–, que a determinada edad es conveniente padecer un pequeño episodio oncológico. El ser humano vive creyendo que los tumores, los sufrimientos y los dolores afectan exclusivamente al prójimo. Y no es así. Mi amigo ha fumado como una chimenea desde los 18 años, y comprende que le ha llegado la hora de rendir cuentas. Suerte ha tenido con los doctores Hornedo y Guerra, y de no haber topado con un discípulo del recientemente fallecido doctor Montes, tan aficionado a las sedaciones de los vetustos. Pero ha perdido el humor por culpa del tabaco, que ya no le acaricia los pulmones.
Mientras mi amigo permanezca en la Quirón, la doctora y yo viajaremos a Liverpool en busca de Klopp. Se lo llevaremos a Florentino Pérez a su despacho, si tiene la amabilidad de recibirnos. –Aquí lo tienes–. Y a ver si se atreve a rechazarlo y convencernos que el principal candidato es Míchel. Lo que no sabe Florentino es que a esta doctora no se le puede llevar la contraria.
Por intentar sanar al majadero de mi amigo, muchas gracias, doctora.
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