Opinión

No soy ministro

De nada. No soy ministro de nada. No ha encontrado Sánchez la cartera adaptable a mis pobres y elementales conocimientos. Alguien, en nombre del nuevo y posiblemente efímero Presidente del Gobierno, ha intentado tantearme. Me ofreció en agradable sobremesa de austera tasca un ministerio de original creación. «El Ministerio de la Ropa Adecuada». No lo he aceptado por los flecos de la negociación. Los flecos de las negociaciones, además de una cursilería, siempre ocultan una trampa. Una hipoteca política. Y cuando ya me sentía Ministro de la Ropa Adecuada, mi confidente y fallido corruptor cantó la del Soto del Parral. «Tienes que acudir al Congreso y al Senado con vaqueros rotos por las rodillas». Imposible aceptación por mi parte. Desde joven he repudiado los pantalones vaqueros, muy opresores de paquete y de incómodos bolsillos. No se adaptan a mis piernas ni alzan mis glúteos. Me parece, por otra parte, una tontería denominarlos «vaqueros» cuando ni John Wayne, ni Gary Cooper, Ni Gregory Peck ni Robert Mitchum los vistieron mientras se defendían en círculo de caravana de un ataque de los comanches. Entre los pieles rojas del Oeste americano, los comanches carecían de prestigio. Como dijo el gran jefe sioux «Oso Sinuoso», el comanche anuncia con excesivo estrépito el momento de su ataque a las caravanas, y lo hace desde larga distancia, lo que permite a los colonos blancos disponer de sus carromatos y montar con ellos un círculo de muy complicada invasión. El Jefe comanche «Mapache Sutil», al conocer la opinión del Jefe Sioux «Oso Sinuoso» fue sintético y seco en su reacción: «Oso Sinuoso es un pedazo de cabrón». Lamento que este texto haya tomado derroteros tan desagradables. Ruego ser excusado y cambio de tercio.

Me hubiese encantado aceptar el ministerio de la Ropa Adecuada, pero sin imposiciones indumentarias. Soy hombre de muy aburridas tradiciones. Mis trajes son grises marengos o azules marinos. Mis corbatas aburrirían por su severidad a Felipe II. Calzo zapatos muy incómodos que me obligan a visitar a una bella podóloga todos los meses. Y sólo, cuando disfruto del campo y las sierras, me permito el verde y los pantalones de pana «marrons glacé». Si Sánchez acepta esos condicionantes tradicionales en mis atavíos, acepto el nuevo y muy recomendable ministerio. Pero si soy obligado a vestir vaqueros con las rodillas al aire y agujero estratégico en la zona inferior de mi glúteo derecho, renuncio al amable ofrecimiento. Por otra parte, va contra el ahorro. Unos vaqueros intactos cuestan mucho menos que unos vaqueros rotos de fábrica. No se entiende, pero es así. El vaquero carísimo roto y la camisa blanca sudada sólo están al alcance de la nueva nobleza de la zona de Galapagar. Me lo confesaba, triste y deprimido, el conde de Torrelodones y vizconde de Parquelagos, presidente del Capítulo de la Nobleza del Noroeste de Madrid. – Desde que se afincaron los marqueses de La Navata, esto es el despiporre. En la boda de la hija de los condes de Collado Mediano, los testigos acudieron vestidos con vaqueros rotos y camisas blancas con condecoraciones. Y algunos, en chandal modelo «week End». Me traslado a Madrid capital». Se le escapó un golpe de sollozo y me vi en la obligación de darle un abrazo de solidaridad.

Del nuevo Gobierno de Sánchez, el nombramiento que más me ha satisfecho ha sido el del juez Marlaska. Lo ha comentado Otegui. «El nombramiento de Marlaska me pone los pelos de punta. Me envió en dos ocasiones a la cárcel». Creo que en este caso particular, Sánchez ha acertado. Dispone de los votos etarras para ser Presidente del Gobierno, y designa para Interior al juez que mandó a la cárcel al etarra Otegui. Son gilipollas, los de Bildu, me refiero. Pero no estoy en condiciones de aceptar ofrecimientos hipotecados. Si algún día consigo reunir el dinero preciso para disfrutar de un chalé en Galapagar, lo aceptaría sin abrir ni un resquicio a la duda. Porque Marlaska – al que me honro en conocer–, es un hombre honesto, y es muy probable que, de involucrarse en determinados asuntos sin resolver, le mande los guardias por tercera vez a Otegui y por primera a los marqueses de La Navata, que algún día tendrán que explicar el origen de su pago al contado y las ventajas de su hipoteca. Sánchez no importa. Aquí, el que va a poner las cosas en su sitio es Marlaska.

No obstante, yo he renunciado. No seré ministro. En ese aspecto, soy como Echenique.