Opinión

Cárcel

Suelo decir, ante el escandalizado horror de quienes me escuchen en ese momento, que a los niños no solo hay que llevarlos de visita a los museos: deberían programarse, curricularmente, excursiones escolares a los mataderos, los cementerios y las cárceles. En lo de los mataderos, me agrada coincidir con J. M. Coetzee, que también lo recomienda. Sospecho que no educamos bien a nuestros hijos desde el momento en que les hacemos crecer de espaldas a la contundente realidad de la muerte: de los animales de los cuales nos alimentamos, o de los seres humanos cuya vida ha concluido de forma natural, accidental o violenta.

Y también ante la existencia de las prisiones, esos recintos donde se priva de libertad a las personas por haber infringido la ley. No se puede educar bien cuando se escamotea a las criaturas la existencia de estas feroces verdades. De la misma manera que nuestra cultura dominante del ocultamiento vergonzoso –o sencillamente papanatas– ha conseguido que los lobos (el peligro) hayan desaparecido de los cuentos, también ha logrado esconder para las nuevas generaciones la cara más miserable, decisiva y espantosa de la vida. El horror de la muerte no se aprende en los museos, por buenos y necesarios que estos sean, sino en los mataderos y en los cementerios. Y la angustiosa pesadilla del miedo y la falta de libertad, se palpa en las prisiones, donde hasta un crío puede tomar consciencia de que el individuo no es nada frente al poder, ante quienes dictan la ley, y frente a la ley misma. Estoy (casi) segura de que visitas escolares educativas a esos lugares harían más por prevenir la delincuencia y la violencia que largos años académicos de sermones sentimentales. ¿Traumatizarían a algunos infantes? Habría que tener cuidado, claro.

Pero es que crecer y formarse es eso: superar traumas y heridas, cultivar la razón, la sensibilidad y la memoria. Y, excepto algunas personas ricas y privilegiadas, la mayoría necesitamos aprender un par de cosas verdaderas si es que queremos prosperar, sobrevivir, tener algún futuro y velar por el de las siguientes generaciones. Así, quizás por este desconocimiento, la gente hoy reclama demasiados años de inútil, dañina «cárcel», para tantos delincuentes económicos, cuyo mayor castigo sería –simplemente– que devolvieran el dinero, con durísimas multas e intereses.