Opinión

Vértigo, un gallego, muerte e impuestos

Vértigo. Zidane ya no entrena al Madrid y Rajoy fue desalojado de la Moncloa. Sánchez, en dos semanas, ha tenido tiempo para afrontar líos como el de Huerta, reunirse –¿quién le birlaría la merienda a quién?– con Pablo Iglesias y, como anoche, ofrecer su mejor, más amable y moderna versión en RTVE. Es la campaña electoral permanente. Rajoy se despedirá en el Congreso del PP, pero ya vive en otra dimensión, tal vez concentrado en el disfrute, ahora sí, tranquilo, del enésimo partido de un Mundial en el que Lopetegui suena ya lejano. Frente al televisor, acaso recuerda –como un personaje de García Márquez– aquella larga sobremesa en el restaurante Arahy, junto a la Puerta de Alcalá. Dicen que allí, como Pablo camino de Damasco, se cayó del caballo y asumió su derrota, servida con el aroma de azufre de «la traición esférica», que nadie explicará. Hay mucho de tragedia recia, castellano-leonesa, en busca de autor.

Pablo Casado agitó los cimientos del PP al anunciar que pretende liderar el partido. García Margallo, sin ninguna posibilidad, también enreda. Pretende –y con su ataque puede que le ayude– que Soraya Saénz de Santamaría no suceda a Rajoy en un partido que requiere una catarsis profunda y caras nuevas para acortar la travesía por el infierno de la oposición y en el que el desmarque de Núñez Feijóo –¿temía algo, incluso fuego amigo ?– añade incertidumbre, aunque hay quien recuerda los versos de Hölderling: «Allí donde anida el peligro, crece también la salvación». Eso sí, Feijóo es gallego y no ha renunciado a ser candidato en unas elecciones en 2020.

Reyes Maroto, minista de Industria –le ha tocado o es más locuaz–, sugiere una reforma fiscal «de calado» para reducir la deuda de la Seguridad Social y garantizar las pensiones. Hay pacto de silencio, pero llegan subidas del IRPF, de la imposición del capital –incluidos los dividendos con los que muchos jubilados completan su pensión–, de sociedades y de carburantes, sobre todo del diesel. Un alineamiento del IVA con lo usual en el resto de Europa sería la gran solución. Nadie agarrará ese toro por los cuernos. El secreto de los idealizados paises nórdicos se asienta en la recaudación por IVA. El PP lo descartó y el PSOE ni se lo plantea, aunque está atrapado en la tesitura diabólica de prometer –y ejecutar– más gasto, lo que le obliga a recaudar más. Es decir, más impuestos. Benjamin Franklin tenía razón: «en este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos». Vértigo y gallego al fondo.