Opinión
Playa en Colón
Madrid es mucho. En su estupenda «Historia de Madrid», el genial aragonés Antonio Mingote se recrea dibujando una plaza paseada en el Madrid de los Austria. Podría ser la plazuela de San Javier, donde dos decenios atrás el escultor Luis Sanguino tenía su estudio, por el que pagaba menos de 2000 pesetas mensuales a su propietaria, La Santa Inquisición. En esa plaza, Mingote hace coincidir a algunos de los personajes que un transeúnte podía encontrar en las calles del barrio palaciego en los primeros años del siglo XVII. ¡Joé, que tropa!, que diría el conde de Romanones. El conde de Villamediana, El Greco, Agustín de Rojas, Pachecho de Narváez, Juan de Mariana, Ruiz de Alarcón, Quevedo, Lope de Vega, Espinel, Cervantes, Vélez de Guevara, Tirso de Molina, Góngora... y entre todos ellos, de la mano de una bellísima y altiva fámula, un niño que daría mucho que hablar, Pedrito Calderón de la Barca. Madrid son sus puertas, El Retiro, el Palacio Real, El Prado, Goya y Bocherini, Las Descalzas, San Antonio de la Florida, El Thyssen, el Reina Sofía, el Lázaro Galdiano, el Sorolla... Madrid son los Austrias y los Borbones, y sus Reales Sitios madrileños y segovianos. Aranjuez, El Escorial, San Ildefonso, Riofrío, ola norte y ola sur de la sierra del Guadarrama, la del azul velázquez con Felipe IV en sus monterías del Monte del Pardo. Madrid es Villa y Corte, Capital del Reino de España, reunión de todos los españoles que con sólo pisarla por vez primera, ya la hacen suya. Madrid y sus Reales Academias, su sosiego y su barullo. Y lo que muchos ignoran. La ciudad con más árboles de Europa, con su Real Jardín Botánico al frente. Madrid es paisaje y paisajes que andan y se mueven. Vida y muerte. Y con una característica que comparte con otras ciudades de alto valor social. Madrid es una ciudad sin playa. Lo intentaron en los últimos años del régimen anterior instalando una playa artificial a orillas del Manzanares. Pero corría tan humilde el agua que hacían pie los patos. Ahora pretenden instalar una playa en la Plaza de Colón, y con olas. Átenme a esa mosca por el rabo. Lo escribió el gran Enrique García Álvarez, enconado enemigo de las playas desde la pérgola de La Concha donostiarra: «Ola que sube,/ ola que baja,/ ola que rompe/ ola letal,/ hola, muy buenas/, hola, ¿qué tal?».
Paseo Castellana hacia Colón, o hacia Colón desde Recoletos, suben las familias playeras de Madrid, con sus cocodrilos hinchables, sus palas, sus neveras portátiles, sus sombrillas, sus toallas y su flotas de cuello de cisne. Colón, desde lo alto, habla con Blas de Lezo, allí en bronce, también horrorizado. Proyectar y establecer una playa en Madrid sólo se le puede ocurrir a unos majaderos horteras. Una de las grandes ventajas que tiene Madrid es precisamente la ausencia de playas. Estos memos se han tomado en serio los versos de Antonio Machado, creador de la cursilería metafórica de «Madrid, rompeolas de las Españas». De haberlo escrito su hermano Manuel, o José María Pemán, o Agustín de Foxá, no se les habría pasado por la chochola. Pero si Antonio Machado lo ha escrito, hay que hacerlo. Plaza de Colón. Centro de Madrid. Playa y rompeolas. ¡Virgen de Atocha!
¿Y por qué no un puerto deportivo? En los tiempos del «pelotazo», José María Stampa Braun, ilustre penalista de alto ingenio, llegando al restaurante «Jockey» en la calle Amador de los Ríos, me lo anticipó: «Esta gente que viene aquí a comer todos los días es tan rica que van a conseguir canalizar Madrid para llegar a los restaurantes en barco. Habrá aparcacoches para los clientes normales, y prácticos de puerto para los millonarios». Aporto la idea de Stampa al Ayuntamiento de Carmena con el fin de reducirles la inversión. Adherido a la playa de Colón, el puerto deportivo.
De todos los valores de Madrid, quizá el más destacado es su ubicación a salvo de playas. Las playas están muy bien si son norteñas y paseadas en invierno. No obstante, me apunto como bañero. Iré a Colón con mi traje de baño amandarinado a salvar de ahogamientos a bañistas chorras.
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