Opinión

Segunda piel

La evolución en el campo de la comunicación nos rebasa. De enviar mensajes en una botella, hemos pasado a enviar mensajes a través de la ropa. Mensajes estampados en una camiseta, siempre con intención, nunca fortuitos. El último ejemplo lo hemos visto en una chaqueta de la primera dama de los Estados Unidos, Melania Trump, durante un viaje a Texas para visitar un albergue de niños inmigrantes. «Realmente no me importa ¿Y a ti?», rezaba el mensaje escrito en la espalda de su casaca. La ropa es nuestra segunda piel y en ese improvisado papiro, muchos escriben lo que no quieren o pueden decir con la boca. Lo visual está ganando la batalla a la palabra hablada, quizá porque hay un exceso de ruido ambiental, propenso a confundir los mensajes. Podríamos pensar que es una lenguaje más fácil, al menos para los tímidos o para los que no se atreven a poner voz a sus ideas y pensamientos.

Es una manera de transmutar la verbalización de los principios, los valores y las opiniones, en imagen. Algunos mensajes destilan crítica social, son una declaración de intenciones al más puro estilo del grafitero Banksy que, según parece, ha reaparecido en las calles de París para dejar su huella, su mensaje, aludiendo a la crisis de los inmigrantes. Entre ellos, el dibujo de una niña negra con un spray en la mano pintando unas flores rosas que intentan tapar una esvástica. Los mensajes parecen tener más fuerza si se escriben en una camiseta, en una calle, en el vagón de un tren o en la propia piel. Para que luego digan que la gente no lee.