Opinión

Efectos especiales

Pedro Sánchez se considera un hombre con suerte y perseverante. Por eso está donde está. Dice que su llegada a la Moncloa supone nada menos que «un cambio de época en la política española». De la noche a la mañana, gracias a él, España ha pasado de la corrupción a la regeneración democrática. Siguiendo la hoja de ruta de Zapatero y con el apoyo de los herederos del Frente Popular, se esforzará en darle la vuelta a la guerra civil. Pero de momento lo del cambio de época parece una presunción exagerada. Hasta ahora lo único que ha quedado claro es que Sánchez es un efectista, que se cree sus propios trucos. En todo lo que hace, en cada gesto, en cada ocurrencia, busca el aplauso de su clientela, la progresía. No es extraño que los del otro bando lo consideren un vendedor de humo. Quedémonos con que su inopinado asalto al poder ha suavizado momentáneamente el clima político. Eso se debe a los golpes de efecto debidamente aireados, al desconcierto de la derecha y al interesado apaciguamiento del pensamiento dialéctico en la izquierda y sus redes mediáticas. Los efectos especiales corren a cargo de Iván Redondo, el taumatúrgico y bien pagado consultor político. Él cuida la imagen del que lo ha contratado y cultiva las noticias de portada. Van ya unas cuantas: Un Consejo de ministros poblado de mujeres; cita con Joaquim Tora con sustanciales ofertas, aunque éste desaire al Rey y rompa con la Monarquía; rescate humanitario del «Aquarius» y, a la vez, creación de campos de concentración para emigrantes a propuesta de Macron; golpe de mano urgente en RTVE, que, en contra de las insidiosas acusaciones a la derecha y las proclamas de neutralidad de la izquierda, nunca ha sido tan sectaria como con los socialistas en el poder; volver a enterrar a Franco, y, como propuesta estrella, que choca de frente con la cultura católica, la legalización de la eutanasia

Así que el cambio de época consiste en una política de gestos, en el regreso de las «dos Españas» y, sobre todo, en el cuidado de la imagen del perseverante líder. O sea, propaganda pura y hábil manejo de los medios de comunicación. Ese es, por ahora, el cambio más visible en relación con el Gobierno anterior, que despreció la comunicación. Un verdadero cambio político precisa tiempo, del que el actual inquilino de la Moncloa carece, altas ideas y, desde luego, unos presupuestos propios sin estar de prestado y a merced de las mareas.