Opinión
La resistencia
Una ministra portavoz española afirma que la víctima dijo no y en realidad, ministra, ella no dijo no, y de ahí todo. Un presidente de los EEUU que culpa a los inmigrantes de la ola de crímenes en Alemania. Ola opinable y no fáctica. Ola para surfear con la panza rebosante de posverdades. Una izquierda, en España, en EEUU, que jalea las identidades y aplaude las atomizadas diferencias mientras ataca la razón y apuesta doble o nada a las políticas de la gónada y a una democracia emocional, sensible, sentimental, hiperestésica, piadosa y sensitiva. Una derecha estadounidense que aplaude el encarcelamiento de los niños inmigrantes porque «no podemos permitir que invadan nuestro país» (Jabalí en Jefe dixit). Una juez que en España habla de introducir en las sentencias la denominada perspectiva de género. Sin comprender que el activismo, por bondadoso que sea su cuna y encomiables los fines, mejor a mil millones de kilómetros de los tribunales. Sin entender que la abolición del «In dubio pro reo», por repugnante que se antoje el crimen, abre la ciudadela a la barbarie.
Sin asumir que no existe crimen más odioso que castigar a un inocente. O asumiéndolo, pero convencidos de que no es posible hacer tortillas sin romper huevos y que la revolución exige friegas y con los costillares y aullidos de los inocentes levantaremos la iglesia venidera y el níveo paraíso. Militantes, propagandistas, acólitos y asociados. Puritanos y guerrilleros. Nostálgicos de una pureza moral inhumana. Vocacionales comisarios políticos, potenciales verdugos, unidos por el atroz convencimiento de que el sistema está podrido y solo ellos, benditos sean, supieron leerlo. Odiadores de un sistema putrefacto por la hipocresía y el buenismo de las élites ilustradas y saturado de pensadores blandengues. O igualmente corrompido por la zarpa de los poderosos, macerado bajo la dictadura de los banqueros y hundido en el absolutismo del mítico heteropatriarcado. Son los enemigos de la libertad, destructores de la razón, piqueteros de la siempre frágil democracia, mártires y verdugos, cruzados del ideal cuyo nihilismo, disfrazado con el colorete y purpurina de una monísima furia regeneradora, anuncia el imperio del hombre de hierro. Así hoy como en la Europa de los pogromos, su parla indignada, su empático populismo, su infecta y justiciera basura, nacen de una percepción mesiánica del mundo y una concepción mística del hombre y obligan, sí, a unirse a la resistencia.
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