Opinión

19 días de «gracia»

Es evidente que Pedro Sánchez no va a agotar esos «cien días de gracia» que, de una u otra forma, suelen concederse en esa especie de pacto no escrito asumido por medios de comunicación, oposición parlamentaria, agentes sociales y opinión pública en general hasta que los recién llegados al Gobierno toman tierra y comienzan a responsabilizarse directamente de sus decisiones. Lógico hasta cierto punto teniendo en cuenta que algunas de esas decisiones ya se están adoptando con claro marchamo de apoyo podemita o nacionalista tras el acuerdo en origen para echar al anterior presidente. Sánchez y su equipo saben mejor que nadie de esta realidad. Su período de gracia cumple poco más de un mes y el recorrido que le resta no va a ir más allá de otras diecinueve jornadas, exactamente las que quedan hasta el «día después» de un congreso nacional del partido popular que, si no acaba como el rosario de la aurora el 22 de julio –o tal vez antes del propio cónclave– ya tendrá definido nuevo líder o lideresa nacional. Es cierto que la travesía del desierto para el PP no se perfila indolora, son muchos los «michelines» que habrá de rebajarse en la oposición, pero también lo es que si los populares consiguen salir de su cónclave con un punto de partida de unidad en torno a un único nombre y apellido, el margen de marcaje al gobierno socialista ya sí se atisbaría con más recorrido.

Hasta entonces –y salvada la actitud de la formación de Rivera momentáneamente ahogada en un pozo de melancolía tras la moción de censura– todas las iniciativas del gobierno de Sánchez cuentan con la condescendencia más propia de la ausencia de oposición real con el PP en la «ITV» que de los primeros días de una gestión. Abrir los brazos a inmigrantes en función de la oportunidad del momento y número de cámaras y micrófonos, sonrojar a propio y extraños con el espectáculo de «renovación» en RTVE, las prisas por plantear el acercamiento de presos etarras al País Vasco o la «dulzura» conciliadora con que se afrontan los desafiantes gestos del secesionismo catalán, por no hablar de lo ocurrido en Valencia con la dimisión del presidente socialista de la diputación por presunta corrupción, no están teniendo sólida réplica más allá del papel que obligadamente le toca a Rafael Hernando como único referente de los populares en el Congreso de los Diputados. Es ahora, por lo tanto, cuando Sánchez y su gobierno pueden agilizar según qué medidas que en otras circunstancias serían fáciles de interpelar políticamente ante la opinión pública del país. El panorama que en consecuencia aguarda tras el congreso de los populares y siempre que el proceso se cierre sin demasiadas heridas –que esa es otra–, sin descartar que pueda haber incluso elementos que justifiquen una de esas antes tan molestas diputaciones permanentes veraniegas, solo puede ser el de la apertura total de hostilidades frente a un Ejecutivo al que tarde o temprano se le acabará vaciando el cajón de las ocurrencias como primer recurso ante el exiguo apoyo parlamentario y unos socios manifiestamente poco fiables. Quedan 19 días hasta el lunes-23. Ahí es cuando se supone que debería acabar el período de gracia... o no.