Opinión
Lágrimas, peinetas y mantillas en el PP
Hubo quien lloró. Sobre todo en el equipo de Cospedal. Confiaban en pasar el corte. Hubo quien tuvo que contenerse. Como Margallo. Sabía que iba de telonero, pero cosechar solo 680 votos la desarboló. Él tampoco creyó que Casado fuera a ninguna parte. El ex-ministro tardará en encajar el batacazo. Esperaba llevar a Cospedal a la presidencia y que le recompensaran con un puesto europeo. Santamaría es su adversaria pública. Cuentan que la enemistad comenzó con una mantilla, en el Vaticano, cuando San Juan de Ávila fue consagrado Doctor de la Iglesia. Nacido en Alomvódar del Campo (Ciudad Real), Cospedal acudió a Roma como presidenta de Castilla la Mancha. La vice Soraya consultó el protocolo -el dress code- con Margallo, que rebajó algo la etiqueta. Cospedal se lució con peineta y mantilla bordada, mientras Santamaría, a su lado, perdía el duelo del glamour con un velo negro dudoso. La entonces vicepresidenta nunca le perdonó aquello a Margallo, un añadido a todas sus diferencias, más de fondo.
Hubo quien estuvo a punto de brindar. Como Aznar, mientras repasaba su discurso del día siguiente en los Cursos de verano de FAES: «hay que refundar el centro derecha desde sus raíces». Elude decirlo, pero su candidato es Casado y tampoco es tan evidente que su apoyo le perjudique. Aznar no es simpático, pero hay quien lo añora en el PP. «Presidente, presidente!», gritaban los partidarios de Casado en Génova la noche de las primarias. El propio aspirante a liderar el PP tuvo que apaciguarlos. Ha dado un paso de gigante, el premio a los osados, pero queda partido por disputar y nunca hay que menospreciar a un adversario. Todavía menos a la ex-vice. Tiene facturas pendientes -y enemigos-, pero también experiencia, amigos importantes y recursos.
Javier Ybarra es un fino observador de la actualidad de española. Hijo de Javier Ybarra, consejero del Banco de Vizcaya asesinato por ETA en 1977, escribe unos pequeños comentarios que distribuye entre personajes influyentes, banqueros incluidos. Hace un par de semanas anunció el éxito de Santamaría, gracias a Andalucía y a trabajo del «camarada Arenas». El soplo se lo dió Inocente Ledesma, nombre de campo -que oculta el real- del espía de moda al sur del Bidasoa y que logró está a salvo incluso del radar de María Pico, mano derecha de la que ha sido la española con más poder en decenios, dicen que siglos. Los más críticos -entre los derrotados en la primarias- apuntan que «por fin, Javier Arenas ha conseguido ganar unas elecciones, porque no se presentaba».
El PP del futuro nació el domingo de las primarias. Santamaría o Casado, esa es la cuestión hamletiana. Habrá presiones y ofertas para la unidad interna. Soraya sabe que si hay dos listas en el Congreso, puede perder. Pablo percibe que puede ganar. Los militantes y los compromisarios -casi todos cargos del PP- quieren alguien que garantice el mejor resultado electoral. Casado arrasa entre los más jóvenes y los más maduros. El impulso de la juventud, combinado con un cierto aire de yerno perfecto. Santamaría tiene arrastre entre las mujeres y el electorado de mediana edad, pero también es el pasado más reciente. Iván Redondo, jefe de Gabinete de Sánchez, tiene 37 años, como Pablo Casado. Ambos se conocen mucho. En el PSOE quizá temen más a Casado en las urnas. Eso explicaría que recibiera más ataques desde la izquierda en vísperas de las primarias que las otras candidatas. Ahora, tal vez no sean los únicos. Es lo que barruntan en su candidatura. Tendrá el apoyo de Cospedal, para cerrar el paso a Santamaría, su eterna rival que tampoco nunca olvidará el episodio de la peineta y la mantilla en el Vaticano. Aquel día triunfó Cospedal; ahora puede hacerlo Casado, pero el día después -si de verdad hay generosidad- todos pueden y deben hacer piña en el PP. Un buen y renovado cartel electoral puede dar alegrías en las urnas.
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