Opinión

Pablo y los tres mil

No son militantes de base al corriente de pago, sino otra cosa. Los compromisarios que acuden al congreso del PP –como a los de otros partidos, dicho sea de paso– conforman una figura compleja que se transforma en una masa mucho más turbia, más opaca y viscosa, menos transparente que el afiliado a pie de urna de cartón. Son una estructura multiforme y cambiante de tonalidades no exenta de dosis conspiranoicas derivadas de una fuerte tensión ligada a la necesidad de acertar en la apuesta adecuada, de estar en el lugar y el momento precisos para no amanecer al frío raso por una errónea decisión que ponga en cuestión las prebendas conseguidas o las que estén por llegar. Aquí entran en juego intereses de familias además de cuitas entre clanes, facciones y camarillas trufadas con no pocos elementos ligados incluso al elenco de lo más personal. Pablo Casado, joven aunque suficientemente experto y sobradamente escaldado en esto de la política de partido, sabe como el que más que en este negocio dos más dos no siempre suman cuatro o lo que es lo mismo, que el sentir de la militancia de base alejada del juego de poder del aparato, no tiene por qué corresponderse con el de los compromisarios que acuden al cónclave a celebrar en Madrid dentro de nueve días.

Casado sabe también que acercarse al empate técnico frente a Sáenz de Santamaria en el primer asalto de este –quién lo iba a decir– apasionante y muy particular proceso de primarias en el PP y de contar teóricamente con mayor capacidad de entrada entre los militantes inclinados hacia Cospedal –derrotada pero no por ello menos enemiga íntima de la ex vicepresidenta– no le garantiza ni siquiera una aproximada traslación a lo que decidan los tres mil «patas negras» investidos para decidir los próximos días 20 y 21 acerca de la sucesión de Rajoy pero sobre todo del futuro de la formación fundada y refundada por Manuel Fraga. Es precisamente mirando a ese futuro donde estos compromisarios habrán de pasar la prueba del algodón de la altura de miras frente a al miopía a la hora de afrontar algo tan vital como el debate sobre la recuperación del ensamblaje ideológico del partido, un terreno en el que Casado, libre de la muy reciente acción directa de gobierno, mantiene una diáfana ventaja frente a Sáenz de Santamaría. Resultaba indicativa la respuesta de la ex vicepresidenta a la pregunta de Carlos Alsina en una reciente entrevista en Onda Cero a propósito de cuál era su ideología; «mi ideología es la del partido popular» apuntaba. Justamente ahí es donde Casado disfruta de una mejor posición frente a su adversaria en esta recta final de la carrera hacia el cetro del PP y que no es otra más que la recuperación de unas señas de identidad difuminadas para mayor frustración de militancia y electorado del centro derecha llámense bajada de impuestos, firmeza en la defensa de la unidad de la nación, apoyo a víctimas del terrorismo o defensa de la vida. No es que Soraya carezca de legitimación para identificarse con estos valores, es que sencillamente ha estado años en un gobierno que tal vez no les dio el lustre necesario. Casado lo sabe.