Opinión

El gran día de los traidores en el PP

Soraya, como soñaba Lorca en Nueva York en medio de las multitudes, venía delante. Pablo, por detrásy «por encima de las multiplicaciones», ha creído en sí mismo hasta el último compromisario, que decidirá ante la soledad de la urna. Los manuales políticos, desde Duverger a Sabine, detallan la importancia del procedimiento en cualquier elección. En el PP, ante la presión de Cristina Cifuentes, que aspiraba a todo y se quedó en nada, parieron unas primarias –¡ya viene el cortejo!– a la medida de Rajoy. Ausente el artista, el mínimo detalle puede ser capital. Hoy, en una sala de hotel madrileño en la que no caben todos los compromisarios, se vota por orden alfabético. Los expertos electorales explican que el alfabeto dispersa los grupos, sobre todo los territoriales. Y si no se vota por grupos, es más difícil controlar nada. Javier Arenas, Rafael Hernando y también Íñigo de la Serna, con agenda personal, llamaron –de tú a tú– a los compromisarios para pedir el voto para Santamaría. Cospedal y Margallo y otros ex-ministros persiguieron voluntades para Casado, pero su agenda es más reducida y el posible mayor recorrido de su candidato es anecdótico. Soraya y Pablo, hasta ayer por la noche, presumían de una mayoría de apoyos. Muchos compromisarios prometieron su voto a los dos. El sufragio secreto abona el anonimato y a la mayoría de los electores solo les preocupa su propio futuro, es decir, un sueldo dependiente, directa o indirectamente del partido. Por eso, votarán, sin complejo de culpa, a quien crean que más les beneficia, lo que convierte la jornada de hoy en el gran día de los traidores. El futuro del PP lo deciden los traidores de Santamaría o de Casado. Roma nunca pagó a los traidores, pero el PP no puede identificarlos y por eso más de uno cobrará. Veremos.