Opinión

Salir del país

Creo que, de vez en cuando, es conveniente salir de casa, quiero decir, salir al extranjero para tomar perspectiva, comparar y, sobre todo y por encima de todo, no coincidir en el chiringuito con el Messi o el Cristiano de turno, que ya bastante tenemos durante el curso con verlos repetitivamente y sin compasión en la tele. Viajar es lo que más civiliza al hombre y la mejor medicina, el mejor antídoto contra el espectro del nacionalismo. Así que con un bien pensado equipaje de mano para evitar pesadillas inacabables en la cinta de recogida de equipajes y los potingues recolocados en botecitos de 100 ml. adquiridos en el súper, me he venido a la Grecia de Homero y de los desdichados incendios, de las ruinas históricas y de la inmigración balsera en sus costas, sobre todo en la isla de Lesbos donde se refugian quienes huyen del hambre y de la guerra, quienes huyen de la inanición desde afganos hasta paquistaníes, desde sirios hasta libios. Procedentes de tantos países en estado de desgracia creen encontrar en ese trozo de tierra, míticamente recordado por sus amazonas guerreras, el sosiego, el trozo de pan y la mano tendida que no acaban de hallar en sus países de procedencia.

Pero este año me llevan, que dejarse llevar es aún más placentero, por el canal de Corinto, esa brecha de agua que separa el Peloponeso del resto de Grecia porque los vientos no nos permitían llegar a las Cícladas, que era el propósito inicial. Durante la travesía uno tiene la sensación de estar ante una máscara virtual que nos va mostrando una película, un documental más bien. La belleza natural de lo que captamos a un lado y a otro es verdaderamente exuberante y la sensación de estrechez que se percibe es casi de vértigo. Como si nos fuésemos a dar con las rocas de babor y estribor. Luego ya la navegación vuelve a esa relajante monotonía pero el corazón palpita aún por la experiencia de esas millas recorridas entre dos paredes. Y así llegamos hasta Itaca –con los inevitables recuerdos de los poemas homéricos y de Odiseo–, hasta Cefalonia, hasta Skorpios, ese refugio en el Jónico del mítico Aristóteles Onasis, donde enamoró... o lo que fuera a la no menos mítica Jackie Bouvier, y que continúa hoy siendo una isla privada con un proyecto de resort. La exquisitez y el lujo se respiran en un ambiente de indolencia lúdico/festiva que la convierten en algo poco frecuente, sin olvidar el romanticismo de una capillita ortodoxa, siempre presente en todas las islas griegas, donde reposan los restos de una familia perseguida por la desgracia. Algunos dicen que el gafe lo trajo la propia Jackie, pero eso forma parte de una leyenda que jamás nadie podrá desencriptar, porque las leyendas son lo que son y nadie tiene derecho a desmitificar a los mitos.

Por lo demás decir que las playas en estas islas del Jónico son pequeñas y acogedoras, si bien los pies sensibles han de ir protegidos con cangrejeras para evitar el sufrimiento de las piedritas, y que las aglomeraciones no existen lo cual es un extra muy a valorar, ya que uno descansa en la siesta sin el runrún de las motos de agua, de las zodiac y de cualquier motor que pueda alterar nuestro sueñecito de verano. La semana próxima nuestro cuartel de verano se traslada a otras tierras. Ya les contaré.