Opinión

Agradecimientos y reflexiones

Pasado más de un año de la muerte de mi hijo Ignacio Echeverría, siento la necesidad de expresar mi agradecimiento ante las múltiples muestras de solidaridad y simpatía que han constituido un consuelo para nosotros. Estoy seguro que a él, a Ignacio, de haberlas conocido, le habrían llenado –aún más– de coraje y de luz. También me impulsa a escribir este texto la reciente concesión de la George Medal a título póstumo a mi hijo. Nos ha impresionado mucho, pero no es lo único sobre lo que quiero escribir. Desde la muerte de Ignacio hemos vivido un año de intensas emociones, de dolor y de amor, que me han permitido reflexionar sobre el sentido del deber y del compromiso. He sentido la necesidad de abrir la mirada sobre las cosas realmente importantes y por las que vale la pena arriesgarse y luchar: la vida, la libertad y la dignidad. La de uno mismo y la de los demás. La concesión de la medalla se basa en que Ignacio fue testigo de un ataque terrorista el 3 de junio de 2017 en una zona muy céntrica de Londres: tres hombres estaban apuñalando a las personas que se encontraban en la zona e Ignacio, que estaba volviendo a casa de pasar una tarde con sus amigos, corrió hacia los terroristas y utilizó su tabla de skate para proteger a las personas que estaban a merced de los asesinos. Al hacerlo, sufrió heridas letales, pero salvó la vida de varias personas. En el escrito de justificación de la George Medal se indica que mostró «un gran coraje al elegir intentar detener a los asesinos». «Pudo elegir esconderse, pero no lo hizo, pese a estar desarmado». Ayudó a ganar tiempo a los agentes porque hizo algo que los terroristas no esperaban. Esta alta distinción a título póstumo la comparte con los policías y otras personas que han tenido un gran mérito en su proceder.

No solemos dar importancia a tener libertad de credo o de creencias, ni a tener derecho a la justicia y, sin embargo, es justamente esto lo que los terroristas nos intentan arrebatar. No solemos pararnos a pensar en los policías que arriesgan su vida por nosotros en los momentos de peligro. Hay muchos que sospechan de forma sistemática de quienes pierden su vida por defender la nuestra, tal vez porque desconfían de esas formas de generosidad, que ellos serían incapaces de mostrar. Hay quienes confunden la bondad con la ingenuidad o la estupidez. Los más cobardes consideran como viles a los que se juegan la vida por ellos y los protegen de aquellos que les quitarían sus bienes o la libertad si no fuesen encarcelados. Todos los terroristas tienen en común que, cuando atacan a una persona, están atacando a toda la sociedad. Y tienen en común que, para ellos, la propaganda es absolutamente imprescindible. Son grandes manipuladores de las palabras y de las conciencias en su intento por domesticarnos.

Por eso, cuando premiaron a Ignacio, pensé que ese premio simboliza lo contrario a someternos. Lo contrario a dejarnos manipular o a las políticas de impunidad y de justificación de los terroristas y de sus entornos. Es necesario que en España pensemos sobre ello: hay terroristas que son recibidos como héroes cada semana en el País Vasco y Navarra, y cuyas fotografías están presentes en las fiestas populares. Permitir este panorama es lo contrario de una sociedad dispuesta a defenderse frente a fanáticos que, después de haber dejado de matar, fabrican mentiras para quedar bien parados en el futuro y obtener beneficios fruto de la manipulación de la historia y de la verdad, dando por válidas torturas no reconocidas por jueces y forenses. Me preocupa que, con la excusa del dolor que sienten las familias de los etarras –que no han condenado el terrorismo– primen la agenda política. Y que ese mundo intente blanquear su imagen ensuciando la de las fuerzas y cuerpos de seguridad que tanto dieron para impedir tanta barbarie. Cuando se permite que los terroristas difundan sus mentiras porque es cómodo o porque hay pagos políticos pendientes, se está haciendo lo contrario de lo que simboliza la George Medal. El mensaje es el de la cobardía, el del interés momentáneo, el del egoísmo.

Quiero aprovechar este texto para expresar lo que creo que motivó la conducta de mi hijo. Era un hombre bueno, generoso, comprometido con lo que consideraba el bien. Lo que hizo no fue un mero impulso. Tras un atentado en Londres anterior, que causó la muerte de un policía en Westminster por enfrentarse a los terroristas para defender a inocentes, Ignacio nos dijo que, si él hubiera estado allí patinando, ese policía estaría vivo porque habría intentado ayudarle. Y unos meses después demostró que, en efecto, él pensaba en los demás. Su conducta nos sirve para reflexionar y concluir que todos podemos colaborar, en la medida de nuestras posibilidades, para frenar a quienes atacan los valores y las libertades que tanto nos han costado: la Democracia y el respeto a los derechos humanos.

Quiero aprovechar estas líneas para expresar públicamente mi agradecimiento sincero a la Reina del Reino Unido y a su Gobierno, por considerar importante el gesto de Ignacio y materializar la concesión de la medalla. Y a nuestros Reyes, siempre atentos y sensibles con las víctimas del terrorismo, que han confortado a nuestra familia. A tantos, en el cuerpo diplomático español y británico, por ayudarnos en los peores momentos. No olvidaremos nunca la humanidad y profesionalidad del embajador del Reino Unido Simon Manley, ni del embajador de España Carlos Bastarreche, ni al cónsul José Riera y sus respectivos equipos que saben cuánto los aprecio. El Gobierno de España condecoró a Ignacio con la gran Cruz del Mérito Civil, así como multitud de instituciones. Ignacio ha sido objeto de homenajes y condecoraciones, de los que no quisiera olvidar a la localidad de Las Rozas de Madrid, que ha creado la Medalla de Honor para entregarla a Ignacio por primera vez; ni al Ayuntamiento de As Pontes, donde se crió. En España las atenciones han sido tantas que es imposible enumerarlas.

No puedo dar tanto como dio mi hijo, pero esta reflexión es, creo, necesaria en España en este verano de 2018.

*Padre de Ignacio Echeverría, el «héroe del monopatín»