Opinión
Miss Aretha Franklin
Esta vida va de ser todo lo felices que podamos, pero se nos olvida. En medio de tanta vorágine, acabamos agobiados por el cansancio y el peso de los problemas.
En caso de estrés sin posibilidad vacacional, toca lanzarse a remedios energéticos seguros. El mío se llama música. Con el góspel que eriza la piel he llegado alguna vez, seguro, al nirvana con el que sueña quien medita, al éxtasis que persigue el contemplativo, a un estado –como poco– similar a la comunión máxima con el ser amado.
Mis melodías preferidas tienen el alma negra y el color de la voz de Whitney y, cómo no, de su predecesora Aretha. El prodigioso don vocal de ambas me conduce al delirio emocional. Miss Franklin cura la jaqueca y la desazón. Comprobado. A mí y, con seguridad, a millones de personas que, en estas últimas horas, recibimos el pésame de nuestros allegados por la muerte de la reina del Soul, no sé si surrealistas, pero cargados de cariño, del tipo «nada más enterarme me acordé de ti, lo siento».
Tanto Whitney como Aretha emergieron del mismo lugar, del coro de una iglesia. Las dos nos han dejado: una, sumida en la tragedia más absoluta, extensible a su única hija; la segunda, por culpa de un cáncer que la ha llevado a morir el mismo día que Elvis, hace ahora 41 años.
En el caso de la reina del soul existe, además, una semilla feminista que ella misma sembró y cuidó a lo largo de su carrera. De casta le viene al galgo: su padre era íntimo de Martin Luther King y ella, de hecho, fue la voz que años después interpretó, sublime, en su funeral, el recordado «Precious Lord». Ya antes, Miss Aretha había levantado al mundo de su asiento con clásicos como «Think» o «Respect», banda sonora de la lucha por la igualdad racial y sexual en Estados Unidos, memoria colectiva de todos los países.
Aretha, Nina Simone y para de contar ocupan podium en el altar de las activistas negras de los años sesenta. Aretha –y para de contar– se colocó desde entonces al mismo nivel o, si me apuras, por encima de ellos (Sam Cook, James Brown, Ottis Reding). Aretha nos cura el alma...y para de contar. Siempre con nosotros.
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