Opinión

Poder

Lenín Moreno con Rafael Correa, Mariano Rajoy con Aznar, Juan Manuel Santos con Álvaro Uribe... son solo algunos ejemplos contemporáneos que ilustran bien una de las leyes básicas del poder: matar (simbólicamente) al «padre», evitar seguir los pasos de «un gran hombre» para no acabar pareciendo un triste y patético segundón. Hablamos aquí en masculino, porque no parece haber demasiadas mujeres en el mundo gobernando los destinos de un país, pero podríamos decir que el modelo es aplicable a cualquier ámbito donde exista una clara jerarquía de poder. Así, como si todos los personajes citados hubiesen leído el mismo manual para aprender a ser poderosos en dos tardes, lo primero que hicieron al llegar al poder fue revolverse contra quien los había «colocado» en él.

Llegaron arriba gracias a sus predecesores, pero una vez agarrado el testigo, la vara del mando supremo, la primera tarea de estos poderosos fue acabar con la etapa anterior, de una manera tan brusca que no desdeñó incluso el enfrentamiento personal. Y es que lograr ser dueño del poder tiene unos serios condicionantes por cumplir. Si persiste el recuerdo de un poderoso mientras su sucesor gobierna, éste último no será admirado por sí mismo: tan solo será la sombra del antecesor. Todos le reprocharán que se encuentra anclado en el pasado, un tiempo que, además, no le pertenece, por lo que carecerá del respeto necesario para ejercer su cometido con la jactancia y alarde obligatorios de quien ocupa un trono. Se dice que, en los antiguos reinos de Bengala y Sumatra, existía la costumbre de ejecutar a los reyes, jefes supremos, que habían gobernado durante años.

Su muerte no era alegórica, desde luego. Aquello, más que un acto de barbarie, incapaz de abstracción, de convertir el asesinato en un acto simbólico, demostraba una voluntad, tan brutal como práctica, de comenzar de nuevo, de renovación, de cambio y por tanto, de esperanza. Cortarle la cabeza al rey precedente era un hecho inequívoco que enviaba a los súbditos un mensaje de regeneración poco discutible. Lo viejo moría para que el renacimiento dejase sentir sus presumiblemente benéficos efectos sobre la comunidad, que agradecía la oportunidad al nuevo rey, al poderoso recién llegado. Y es que, el poder nunca se hereda: se conquista a cuchillo. (Simbólico, por favor...).