Opinión

El verano del móvil

Siento cierta nostalgia de aquellos tiempos sin teléfono en el que los días pasaban a un ritmo distinto y donde compartíamos cada momento mirándonos a los ojos. Los días, a veces iguales, sin grandes «memes» ni historias inmensas, en los que, siempre, pero más durante el verano, intercambiábamos palabras habladas en vez de mensajes escritos. Este verano de 2018, probablemente como el anterior y seguro como el siguiente, ha sido un nuevo verano del móvil, donde demasiadas personas se han quedado sin ver la puesta de sol por dedicarse a fotografiarla. Un verano donde las redes sociales han ocupado tanto espacio como para que muchos hayan vivido la vida de otros instante a instante y se hayan olvidado de vivir las suyas. Me preocupa pensar en si mis hijos, el día de mañana, recordarán este verano y las aguas turquesas en donde se han bañado o lo verán todo pasado por los filtros de Instagram. Sé que yo soy un ejemplar del siglo pasado y que mi inmersión tecnológica ha sido tan difícil como completa.

Así que no puedo pedir a los nativos digitales, hijos de este siglo, que deshagan el camino que pisan desde que nacieron. Pero a veces temo que esa relación con tanta gente que propician las redes e Internet haga que cada vez seamos más pequeños en un mundo demasiado grande, donde los otros parecen mejores, más guapos o más felices. Este ha sido el último verano hasta el siguiente. Para mí y para cualquiera. Y me gustaría recordarlo más que por las fotos desechables del móvil, por las experiencias compartidas. Y no tener la sensación que he dejado de decir, de contar, de escuchar..