Opinión
Imprevisible
Filippo Maria Visconti, nacido en el siglo XIV, muerto en el XV, era un chico de salud quebradiza, producto según parece de la consanguineidad que unía –o más bien: que separaba biológicamente– a sus padres. Fue el último gobernante de Milán perteneciente a la poderosa familia Visconti. Pese a su mala salud, a padecer un raquitismo que convirtió sus pies en una suerte de pezuñas inútiles que apenas le permitían arrastrarse..., gobernó con enorme éxito. Supo utilizar su endeblez física, la apariencia enfermiza e imperfecta, para obtener ventaja política ante sus adversarios y enemigos.
Mientras a su alrededor las luchas políticas dejaban cadáveres –literalmente–, Filippo sobrevivía, apoyado en su muleta. Mirando y calibrándolo todo a su alrededor con una extraordinaria sagacidad superviviente. Nadie hubiese dicho entonces que aquel tullido pobretón, de aspecto lamentable, que subsistía miserablemente en Pavía, escondía una voluntad de asombrosas cualidades políticas. Los que se rieron de él, no tardaron en comprobarlo quedándose, en el mejor de los casos, simplemente interfectos. Cuando subió al poder, tras la muerte de los líderes de diversas facciones rivales, un condotiero y su propio hermano Giovanni Maria –que era el guapo oficial de su familia–, se puso a trabajar para ejecutar los ambiciosos planes que tenía para el ducado. Así que se casó con la riquísima viuda del condotiero, lo que le permitió disponer de presupuesto para dotarse de un buen ejército y los recursos necesarios para encumbrar sus dominios.
Su señora, que para eso había puesto el dinero, pensó que tenía todo el derecho a inmiscuirse en los asuntos de Estado. Si bien, Filippo no estaba de acuerdo –el jefe todopoderoso era él– de manera que, siguiendo esa ley mil veces escrita de que al enemigo no hay que darle ni agua, la encerró sin dudarlo, para que no molestase. Y, pasado un tiempo poco o nada prudencial, le cortó la cabeza. Justificó tibiamente su arbitraria decisión acusándola de adúltera. Su éxito político estuvo basado en su carácter imprevisible, sorprendente, que aterrorizaba a sus súbditos. El desconcierto, los sometía. No siendo predecible, los dominaba. Lo acusan de padecer cierto grado de locura, superstición y misantropía, pero sin duda tenía una gran capacidad para la política a pesar de esos «defectos». O mejor dicho: quizás por ellos. Imprevisible
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