Opinión

Momias

Las momias de los dictadores son personajes de gran influencia en el teatro del mundo. Momias, despojos, restos, cenizas..., ejercen una irresistible fascinación sobre las masas, que los odian o adoran de manera entregada, sin concesiones. La momia de Lenin dispone de un equipo dedicado a su atento cuidado químico, especialistas que le suministran tantas mascarillas hidratantes como en una peluquería moderna. Esta momia contó para su travesía hacia la eternidad con la complicidad de Stalin, lo cual desvela el misterio de su duración. Stalin, aficionado a los comités, creó para Lenin el «Comité para la inmortalización», e incluso pensó en congelar su cuerpo hasta que pudiera ser resucitado en el futuro. Un sueño eterno al estilo Walt Disney. Es evidente que Stalin pretendía mantener «viva» la imagen de Lenin para aprovecharla ideológicamente. Aquella momia fue para él un estandarte, y erigiéndose en su celoso guardián, garantizó también su durabilidad. Sin embargo, la exhumación y destrucción de los restos de Hitler (que perdió la guerra y se suicidó en un búnker, aprovechando su luna de miel), fueron llevadas a cabo por los rusos, que ganaron la contienda.

Eliminando todo rastro de Hitler, pretendían evitar que la tumba se convirtiese en lugar de peregrinación para sus seguidores nazis. Aunque, al parecer, pudieron haberse conservado algunos restos óseos. Mussolini fue ejecutado, después lo colgaron boca abajo en una gasolinera, y luego lo vejaron. Era otro perdedor (de la guerra). Francisco Franco ganó la guerra civil española. No fue una guerra fácil; es verdad: ninguna lo es, pero lo cierto es que la española ha generado mayor ruptura social que otras guerras civiles europeas: Grecia empezó enseguida a restañar sus heridas, al igual que Finlandia. Como Franco fue un ganador, su cadáver no ha sido profanado ni escarnecido durante décadas. Al contrario, ha disfrutado de la tranquilidad de los camposantos triunfantes, donde se respeta a los finados, se los custodia e, incluso, se los honra. Verdad es que los dictadores no deberían gozar de privilegios póstumos. Pero también lo es que hasta ahora quienes han tenido la potestad y el poder han hurgado, usado y manipulado su cadáver, sin decidirse a abrir su tumba para desahuciarlo. Quizás porque aquí, en España, aún no hemos empezado siquiera a intentar cerrar las heridas. Ya tan viejas.