Opinión

Divas

Y al final todos los ojos se posaron en ella. Hay divas por derecho propio y otras que fabrican una escalera a medida para bajar los peldaños pausadamente como Gloria Swanson o con descaro tal que aquellos balancines de piernas de Marilyn Monroe y Jane Rusell en «Los caballeros las prefieren rubias». En la política se valen de otras armas. Margareth Thatcher fue la gran dama del divismo austero. Y aún así consiguió que un peinado valiera más que un decreto ley. Hillary Clinton fue la diva mimada. Tanto se lo creyó que la becaria con la que intimó su marido pareció a su vera Sara Montiel. En el Congreso de nuestros diputados y diputadas se vivió ayer una escena en la que la protagonista hizo valer su divismo por la ausencia, que es una manera de estar en el vacío, una actitud metafísica para llamar la atención que no esperaba de Soraya Sáenz de Santamaría.

Cuando gobernaba evitaba esos golpes de efecto tan del estilo «star system» de Esperanza Aguirre, la mujer que hizo que unos calcetines se convirtieran en asuntos de Estado o Carolina Bescansa con el anuncio de Prenatal en un escaño para Peppa Pig. Más allá de la ironía y la chanza apuntadas en estos párrafos, lo serio es que la política antaño ortodoxa y pragmática va camino de convertirse en el nuevo verso suelto del PP con el daño que bien sabe puede hacer al proyecto de Pablo Casado que debió ser ayer el eje de la noticia. En un momento en el que España atraviesa por uno de los peores desiertos de su historia reciente lo peor que puede hacer la exvicepresidenta, si es que es su intención, es hacerse una María Callas en mudo, un Aznar en clave Cleopatra, para que la canallesca periodística –he aquí un ejemplo– pique el anzuelo de la sirena.