Opinión

Lehman y Desdémona

Leí en «El País» que el derrumbe de Lehman Brothers hace diez años «provocó la Gran Recesión». Pero es absurdo atribuir un descalabro de esa magnitud a los fenómenos más inmediatos. Otra equivocación es que la crisis fue culpa del libre mercado.

La crisis de 2007 tuvo que ver con una política monetaria expansiva desarrollada por la Reserva Federal y otros bancos centrales, que desató una ola de liquidez con tipos de interés artificialmente bajos, que alimentaron un endeudamiento privado excesivo y que terminó en una burbuja de activos, inmobiliarios y de otro tipo.

Por lo tanto, ni el mal se desató por culpa de la caída de Lehman, ni tuvo que ver con el fracaso del mercado libre, porque su causa fundamental fueron las intervenciones políticas de organismos públicos.

El no reconocimiento de esta visión más amplia y realista de la crisis conduce a la corrección política a pensamientos algodonosos, como cuando asegura que la caída de Lehman provocó la gran recesión y al mismo tiempo que la intervención impidió un colapso mayúsculo, como si la intervención no tuviera que ver con Lehman, siendo así que siempre se reconoce que fue precisamente el Estado norteamericano el que dejó caer a Lehman.

Los medios supuestamente críticos siguen al pie de la letra lo que el poder les dice. Proclamó Ben Bernanke: «Estuvimos extremadamente cerca de un colapso financiero global», y repite «El País»: «solo la intervención decisiva y globalmente coordinada de los Gobiernos y los bancos centrales detuvo el pánico».

Están encantados porque los banqueros apoyan los rescates y critican la desigualdad, como si algún banquero alguna vez desoyera los mensajes del poder de quien depende su supervivencia, y porque «supuestos liberales» como G.W.Bush declarasen: «Si no se afloja la pasta, todo podría irse al infierno».

Los que escriben en la prensa convencional repiten que todo el mundo puede quebrar, menos los bancos, y no reflexionan sobre por qué es así. Repiten «la capacidad autodestructiva de las finanzas amenazó con llevárselo todo por delante» y no se detienen a pensar en por qué esto es tan evidente.

El creer lo que afirma el poder se refuerza en el caso de la banca no solo por «el carácter misterioso del dinero», del que habló Hayek, sino porque el mismo poder se ocupa de agitar ante nuestros ojos la supuesta prueba de la necesidad de su intervención. Esa prueba es Lehman. Viene a ser como si los poderosos nos dijeran: «¿No lo veis? Si no hago nada, se caen los bancos, y si se cae uno se caen todos. ¿No es acaso imprescindible nuestra intervención, por vuestro bien?».

Y todos asienten, claro. ¿Cómo pensar otra cosa? Es arduo reconocer que nada de lo que nos dicen es realmente incuestionable, y que Lehman no fue más que una supuesta prueba de lo que queríamos creer, y sobre lo que no juzgábamos necesario investigar, porque esa prueba lo demostraba todo, lo ratificaba todo, y clausuraba toda discusión. Como el pañuelo de Desdémona.