Opinión

La tesis húngara

El imperio austrohúngaro era divertido como fetiche de Berlanga, el único director que habría firmado una obra maestra con los papeles del doctor Sánchez. Pero hoy mi tesis es otra: esta Europa que se desangra sin mar en dónde desembocar, riñe a Hungría como el ama de llaves a los niños de «Sonrisas y lágrimas», que decían que eran un poco nazis por ser rubios y guapos, como Marisol, o graciosillos y bailones como Shirley Temple. Hungría tiene asuntos que mejorar de fronteras para adentro, pero quién en la UE puede dar lecciones de ser el más demócrata del mundo, de oír lo que piden los ciudadanos, quién presume de atender a los inmigrantes como dice la biblia de Merkel y los vaivenes de Marlaska, Bueno, del Gobierno en su conjunto. No conviene demonizar sin que se amoneste a los nórdicos por los suicidios y esconder bajo las alfombras los mejores guiones de su novela negra. Orbán acabará siendo el héroe de los descamisados que votarán contra el paripé europeo en las próximas elecciones, antesala del sálvese quién pueda.

¿Alguien espera que Serbia, Kosovo o Turquía sean fiables en caso de pasar el corte? Estábamos tan bien en el vientre azul estrellado que será un trauma volver al mundo real. Jugamos a ser ejemplares y ni está claro que el presidente haya hecho bien los deberes de su tesis. Europa no ha tenido orbanes para decir alto y claro, en el mismo foro y con todos los grupos delante, que la mayor amenaza para esta aventura que toca a su fin está en el Puigdemont al que Bélgica y Alemania permiten ese escapismo Houdini, o en el Torra que dice y piensa más barbaridades de las que se oyen en Budapest, esa ciudad de topos y espías. Le Carré frente a Eduardo Mendoza. Europa sólo es capaz de cambiar la hora. Y luego a ver quién le da cuerda al reloj. El de Sánchez se ha parado. Y Juncker ya es pretérito pasado.