Opinión

El grupo de los seis

La reunión en Zaragoza de los seis presidentes de las comunidades más despobladas y envejecidas, ha merecido mucha menos atención que el estrépito de la Diada catalana. Pero a veces la historia se construye con encuentros como éste. Sin quebrantar las reglas de juego, sin alboroto y con lealtad institucional acreditada, los presidentes de Castilla y León, Aragón, Castilla-La Mancha, La Rioja, Asturias y Galicia –tres conservadores y tres socialistas– han unido sus fuerzas para exigir un trato justo en el reparto de los fondos del Estado. Es una rebelión, por ahora silenciosa, de la España vacía frente a los privilegios de la España superpoblada de la periferia. Lo que se exige es el mismo nivel de servicios públicos en todas las comunidades, poniendo al ser humano como medida de todas las cosas, según dejó dicho Protágoras. No es aún una nueva «guerra de las comunidades», pero todo se andará. Por lo pronto, ninguno de ellos está de acuerdo con que a Cataluña se le sirva en mesa aparte a la hora del nuevo reparto de fondos.

El «Grupo de los Seis», que representa el 52,8 por ciento del territorio nacional, con 4.463 municipios –el 55 por ciento del total–, o sea, algo más de media España, exige un cambio urgente de modelo de financiación que tenga en cuenta el problema de la despoblación, que aumenta de año en año, y el envejecimiento y la dispersión de los pobladores. Esto hace que los servicios esenciales –educación, sanidad, dependencia...– sean en el mundo rural mucho más costosos que en las ciudades. Se calcula, por ejemplo, que el coste por alumno en un pueblo es de unos 8.000 euros, el doble que en la ciudad. La proporción se dispara con el número de centros de salud y con la atención a la dependencia de una población envejecida. Hacen bien los presidentes de la España profunda, vacía y constitucional en exigir lo suyo, y más teniendo en cuenta que se acercan las elecciones. Pero la muerte silenciosa de los pueblos y el desierto demográfico del interior es un problema de Estado que sólo puede afrontarse con un ambicioso plan global respaldado generosamente por la Unión Europea, culpable, en parte, del desbarajuste.