Opinión

Innovar

Hoy no merece la pena ser original. ¿Para qué estudiar, pensar, esforzarse en crear, intentar ser diferentes...? Dediqué mi artículo anterior al plagio, esa actividad tan de moda en nuestros días a causa de la política, que ha destapado –o debería hacerlo– un problema mucho más profundo, existencial, vital, económico-industrial, evolutivo...: la certeza de que trabajar no sale a cuenta, no renta, no da lustre ni prestigio, ni hace prosperar, no ofrece honra ni gloria, ni consigue empleo. Solo funciona lo de «¡que inventen ellos!». El vago aprovechado, plagiador, vive mejor que el genio inventor. El primero no gasta un céntimo en cultivarse, mientras el segundo se empobrece porque emplea lo que tiene estudiando y afanándose.

Lo importante no son los trabajos de fin de Máster plagiados. Desde el momento en que las licenciaturas pasaron de los 5 a los 4 años, obsequiando dos títulos en vez de uno, estuvo claro que el Máster valía en proporción: o sea, que adquiría una cotización relativa, tirando a menguadita. Y el día en que exista un verdadero interés –o un poderoso incentivo como la venganza, que tenga suficiente fuerza reivindicadora– por destapar los casos de nepotismo o infecto chanchulleo en elegidos ámbitos universitarios –incluso sin políticos de por medio–, vamos a estar todas de lo más entretenidas asistiendo al nacimiento de un nuevo género dramático: el reality show de campus. Que dejará a la «novela de campus» en mero ejercicio filológico de parvulario. Cuando se haga evidente y público que, para superar con éxito ciertos trabajos forzados académicos, es mejor tener amigos que ideas, quod erat demonstrandum, nos vamos a quedar todas de piedra pómez. Cuando se hagan públicas las promociones de amantes, chupicompis y cuñados, en escogidos departamentos –que más parecen apartamentos compartidos–, o las consecuencias académicas de algunos amores catedráticos..., etc., se nos van a caer los tirantes del refajo a todas. No solo en la universidad: en la mayoría de las áreas de la vida, la meritocracia muere de inanición, de caquexia. El networking sexual, el contacto mejor si más íntimo, la red antisocial y el contubernio tribal valen más que un currículum hecho a pico y pala. «Inventen, pues, ellos, y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones». O sea, que lo de siempre.