Opinión

Chorbitas

Hay algo que irrita al lego del poder, al pobre paganini de las derramas nacionales, a la obligada tributaria ciudadanía, al común de los mayordomos de la cosa administrativa que somos casi todos. Pasma, conmociona, esa manera tan natural y fluyente, afluente, en que coadyuvan las cloacas del Estado, las cañerías, fístulas y conductos vitales, y ciertas partes (pudendas, debo decir) de sus poderes, o la forma en que se hermanan las altas categorías de España... con el mundo, la carne y el infierno prostituyente. O sea: que no sé si seré yo la única que se queda a cuadros cubistas cuando sale a la luz una de esas conversaciones entre ocupantes de los poderes fácticos hablando como carreteros beodos (en un fumadero de opio del siglo XIX). Y explicando asuntos, tramas y propósitos que, en el fondo, a casi nadie nos gustaría conocer. Departiendo relajadamente –lo del «ambiente distendido» para mí ya es sinónimo de «bar de puticlú»– sobre lo eficaces que son las espías prostitutas, las lumis metidas a informadoras, con carnet de doble agente.

Como James Bond, pero en Pilinguis 007. Cuando no son «chorbitas» que dejan «muertos» a los más «duros y correosos» integrantes de pomposos y campanudos consejos de administración, son las típicas personajas de nuestra semimodernidad, llamadas afectuosamente «putillas de confianza», encaramadas a un «volquete de putas». Un volquete es un vehículo formado por una caja troncopiramidal invertida cuya carga posterior va montada a corredera. Eso dice la Wikipedia (yo escribo artículos de Wikipedia a menudo, pero no he colaborado en ese de los volquetes porque sé poco, tirando a nada, de camionetas con carga basculante). Y «putillas de confianza» es algo así como un sinónimo de «chorbitas» que suministran «información vaginal» y dejan «muertos» a tíos tan omni/potentes como presumidos. (Por la bragueta muere el pez... gordo). A mí, qué quieren que les diga, todo esto me empieza a tocar los pendientes. Siento que, como ciudadana, me han exigido que dé mucho. Lo ha hecho gente de la que ya no me fío, a la vista de lo oído. Estoy hartísima de los volquetes de chorbitas de «hunos y hotros». Además de lo mal que se expresan hablando estas personas tan principales. Oírlas, sofríe el cerebelo. Produce trastornos del lenguaje. Carajo.