Opinión

Revolución Trastámara

Con frecuencia leo los artículos que desde Nueva York envía a este periódico Julio Valdeón. El nombre me hacía sospechar alguna relación de parentesco con el más importante de los medievalistas formados en Valladolid. Me emocionó comprobar el otro día que se trataba de su padre y por eso he decidido traer a luz uno de los más importantes descubrimientos de la Historia española. Con su tesis doctoral Julio Valdeón Baruque comenzó a descubrir las novedades que permiten a España en los siglos XV y XVI crear el modelo de Estado que más importancia revisten para la conformación euro­pea: esa Unión de reinos que partiendo del modelo catalán se calificó a sí mismo de Monarquía católica. Aunque en sus orígenes tuviera motivos de resentimiento –su padre había sido asesinado con toda injusticia por las milicias que se proclamaban «nacionales» pocos días antes de su nacimiento–, nunca permitió que la política interfiriera en su trabajo. Esto permite demostrar como los espíritus superiores son capaces de elevarse por encima de los resentimientos para encontrarse a sí mismos sin disminuir el afecto hacia quienes le precedieran o le acompañaban en su trabajo. Una lección moral que muchos hoy necesitan aprender.

Muy acertadamente Valdeón utilizó el término de «revolución trastámara» para definir lo que se trataba de un descubrimiento. Desde 1368, al suprimirse la tiranía de Pedro I, se produjo «desde arriba» un cambio radical. No todas las revoluciones tienen que venir des­de abajo. Los restos del feudalismo y de los simples reinos fueron relevados por aquellos términos que los universitarios de Salamanca venían preparando. Punto primero: existen derechos que forman parte de la naturaleza humana y que por consiguiente deben ser calificados de naturales: libertad, vida y patrimonio. Y así las Cortes reunidas cada año elaboraron las leyes fundamentales que los reconocían y a las cuales a veces se calificaba de constitucio­nes para equipararlas a las del Imperio. Por otra parte, si al rey corresponde la autoridad, el poder se distendía en tres dimensiones: legislativo, que ejercían las Cortes; judicial, que pasaba a la Audiencia y ejecutivo, que correspondía al Consejo. Tres términos que hoy seguimos empleando y que consideramos como esencia de la democracia. Poco a poco la sangre trastámara se fue inoculando en todas las familias reales hasta conseguir esa unidad mediante el matrimonio de Fernando e Isabel parientes.

De este modo, Valdeón había podido demostrar por qué y cómo las Universidades españolas se alzaban al mismo nivel de la de París y elaboraron el Derecho de gentes sin el cual no hubieran existido las Leyes de Indias. La América hispana fue una creación de naciones que todavía necesitan reformas y ajustes pero en donde nunca pudo establecerse la esclavitud ni la servidumbre. Con sus obras, que abarcan este tiempo que va 1368 a 1518, Valdeón ha prestado un gran servicio a la hispanidad; si hubiera prolongado su existencia, dispon­dríamos de mayores explicaciones sobre los problemas en que venía trabajando. Trabajó intensamente sin mezclar el saber con la política y contando con ayudas y colaboraciones; éramos muchos los que compartíamos con él la necesidad de superar daños de la guerra civil. Cuando yo abandoné la cátedra de Valladolid para trasladarme a Madrid, él ocupó mi lugar. No necesita explicar la satisfacción que esto me produjo. Cuando uno de tus discípulos te supera en el saber sientes el orgullo de haber obtenido el mayor de los triunfos. Al poco tiempo él ingresó en la Academia de la Historia y a mí me correspondió lógicamente pronunciar el discurso de recepción.

Uno de los principales puntos por él estudiados es precisamente el de las relaciones con los judíos. Los Trastámara se negaron a suspender la tolerancia a pesar de que la mayor parte de Europa estaba imponiendo la expulsión. Y pudo demostrar que, cuando la vio­lencia se desató en España, las viejas tierras de Castilla y Aragón pudieron salvarse gracias a la protección de los reyes. Es más en 1445 se dictaron disposiciones ejemplares, los takkanoth de Valladolid –que hu­bieran debido servir de norma para los europeos. Los judíos formaban una nación dentro de otra nación y como tales debían ser tra­tados. España tuvo que rendirse al final y en 1492 decretar la prohibición para evitar represalias. En nuestro tiempo por fortuna esto se ha rectificado y los sefardíes pudieron sobrevivir en gran número al holocausto por ser españoles. El decreto de 1492 ha sido oficialmente derogado, y los resultados de la revolución trastámara han vuelto a ser eficaces. Pero Julio Valdeón tuvo una idea más eficaz: no bastaba con borrar simplemente lo prohibido y desde su cátedra de Valladolid mon­tó una operación que podemos calificar de retorno a la fama: hacer doctor honoris causa a uno de los historiadores judíos más prestigiosos. Se fijó en la persona del anciano Benzo Netanyahu que per­tenecía a una Universidad californiana. Curiosamente se trata del padre de quien en este momento ostenta la presidencia del gobierno en Israel. Yo tuve la oportunidad de asistir a estos actos pues fui lógicamente invitado. Fue uno de los episodios más notables. Estábamos reparando un error y devolviendo la Historia a su legitimidad. Luego, la conversación privada con el doctorando abrió puertas inesperadas pues el sabio israelita nos explicó que bajo su custodia se hallaban los documentos hebreos de los Abravanell y que en ellos se demostraba que Isabel efectivamente había provocado la cólera de Torquemada al llegar a un acuerdo que demorase la entrada en vigor del erróneo decreto. En testimonio esencial: no era la reina perseguidora de judíos, sino todo lo contrario: la jerarquía eclesiástica y los sectores políticos mayoritarios se lo habían impuesto. Y entonces yo le comenté: evidente, sin duda. Isabel había puesto su cuerpo en manos de un médico judío Lorenzo Badoz para conseguir que pu­diera conseguir un heredero. Y a nadie tanto había demostrado confianza como a Abraham Seneor. El primero no se convirtió, pero el segundo sí y fue integrado en la alta nobleza. Es mucho lo que debemos a las investigaciones de Valdeón.