El canto del cuco

El fracaso del año de Franco

Si se pretendía recuperar la concordia constitucional, ha ocurrido todo lo contrario: el ambiente de estos días de noviembre ha sido casi «guerracivilista»

Los actos conmemorativos del 50 aniversario de la muerte de Franco han quedado deslucidos por la condena del fiscal general del Estado y por los nuevos episodios judiciales contra Ábalos, Cerdán y Koldo, que afectan de lleno al PSOE y a Pedro Sánchez. En la celebración oficial de la restauración de la Monarquía hace medio siglo se ha echado en falta al principal protagonista, el Rey Juan Carlos, que permanece expatriado. El papel moderador de la Corona ha disminuido desde entonces. Si se pretendía por parte del Gobierno enterrar definitivamente a Franco y al franquismo, dando un vuelco a la Historia, ha resultado un intento fallido: se ha comprobado, con distintos sondeos coincidentes, que ha crecido, sobre todo entre la juventud, la añoranza por el viejo Régimen y el voto a favor de la extrema derecha. Si se pretendía recuperar la concordia constitucional, ha ocurrido todo lo contrario: el ambiente de estos días de noviembre ha sido casi «guerracivilista».

Se buscan afanosamente razones de esta regresión democrática en una parte considerable de la población joven. Se atribuye a fallos graves en la enseñanza de la Historia contemporánea, a la perversa influencia de las redes sociales y al mal ejemplo de la clase dirigente; pero la causa principal del malestar es seguramente la falta de vivienda, de trabajo estable y de porvenir: el convencimiento de que vivirán peor que sus padres. Asistimos al empobrecimiento de las clases medias. Los datos del reciente informe de Cáritas reflejan los dramáticos apuros de muchas familias para sobrevivir. España es hoy el sexto país de la Unión Europea con más pobreza, mientras el Gobierno alardea de que la economía española va como un cohete. Las celebraciones han chocado con la realidad.

Cuenta Nikos Kazantzakis, el autor de «Zorba, el griego» y de «La última tentación de Cristo», lo que le dijo Unamuno cuando lo visitó en su casa de Salamanca en el otoño de 1936, dos meses antes de su muerte. Viendo desde la ventana desfilar a los falangistas con los cantos y gritos de rigor, muy abatido y enfurecido, le soltó: «Creen ustedes, los intelectuales europeos, que los españoles se están matando porque unos adoran a Marx y otros a Cristo. ¡Pues están equivocados! ¡Los españoles se matan porque están desesperados!». La desesperación era para Unamuno la palabra más terrible del idioma castellano.

Ahora no hemos llegado a tanto, pero el fracaso de la celebración de «50 años de Libertad» debería hacer reflexionar a todos, del Rey para abajo, y recuperar, unos y otros, la cordura y la concordia.