Opinión
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Este 12 de octubre, mi amiga X me escribe desde Asia: «Todo cambia dependiendo del lugar desde el que se mira. También España, a 11.000 kilómetros de distancia, parece otra. Los expatriados españoles suelen juntarse con otros hispanohablantes cuando se encuentran lejos de casa. Como si la lengua fuese un certificado de hermandad. Como si el idioma español fuera el hogar. Pero, con el siglo XXI, el 12 de octubre cambió radicalmente su referencia política y cultural, y ahora se celebra de manera bien distinta en los países de lengua española. En Argentina se llama «Día de la Diversidad Cultural Americana»; en Bolivia, «Día de la descolonización en el Estado Plurinacional de Bolivia»; en Ecuador «Día de la Interculturalidad y Plurinacionalidad con inclusión y justicia»; en Guatemala y Venezuela: «Día de la Resistencia Indígena»; en Perú «Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural»; en Nicaragua «Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular»... Este 12 de octubre he sido testigo de cómo un pequeño acto académico celebrado en otro continente, organizado por españoles, con personas latinoamericanas invitadas a hablar en ese foro, para contar su punto de vista sobre el 12 de octubre, se convertía en una ocasión para ofender a España y a los españoles, acusados de «asesinos» de indios (¡lo he oído tantas veces!...). He sido espectadora –diplomáticamente muda, ostensiblemente avergonzada– de cómo algunas de esas personas (que no todas) denigraban en público a España: no solo a la aventura histórica, extraordinaria, de Colón, sino a los españoles de ayer y también a los de hoy, cual si fuésemos imperialistas esclavistas y fríos criminales intemporales.
Pero, esta vez, me he «descubierto» lastimada, agredida, maltratada. Harta. Pensando que tantos golpes empiezan a doler. He sentido un enorme cansancio. Náuseas. Aunque confieso que encuentro algo admirable en la desfachatez de acudir a un acto como invitado e insultar sin reservas al anfitrión, a sabiendas seguramente de que dicho anfitrión moverá la cabeza comprensivamente ante la humillación y el escarnio públicos. Porque eso es lo que solemos hacer los españoles: asentir modestamente cuando nos llaman asesinos de inocentes, exterminadores del buen salvaje, violadores, ladrones. Y luego sonreír y llenar la copa de quien nos expele a la cara un odio viejo, inagotable. (¿Lengua común, hermandad...? Sí. Bueno. Vale).
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