Opinión

Prensa

Se dice que la prensa está en decadencia, que ya no influye como antaño, como si la tradicional preponderancia de los medios de comunicación escritos (periódicos, entre los clásicos mass-media) no existiera, y el ascendiente político, que antes podía cambiar mentalidades colectivas, se ejerciera hoy en exclusiva desde las redes sociales e internet. Pero, ¿es cierto que la prensa ya no pinta nada...? ¡Cualquiera lo diría!, viendo cómo temen a la opinión escrita los políticos, y observando a países del mundo donde se amordaza, o directamente descuartiza, a periodistas molestos, críticos con el poder. Por nuestros pagos, que presumimos más «civilizados», también se puede ejecutar de forma sumarísima, en el sentido fiscal, por bocazas o plumazas, a quienes no saben tener la tecla quietecita, bien enfundada para que no chorree conjeturas inconvenientes con los poderosos. O sea: quizás confundimos el negocio de la prensa, que pasa por dificultades (¿y quién no?), con su potencia e influjo, que sigue ejerciendo de forma abrumadora.

El «negocio» de la prensa, como tantos otros –de la música al taxi–, padece el efecto de la última revolución industrial que está malbaratando todo tipo de productos: copiándolos y regalándolos y desviando los beneficios a nuevos negocios (operadores telefónicos, distribuidores, intermediarios, multinacionales de la conexión...). El problema no es que ya no influya: lo hace, y de manera tan potente como nunca antes en la historia. Sino que sus contenidos pueden obtenerse «gratis», porque siempre hay alguien que los corta, pega y regala, a cambio de obtener tráfico on line propio. Pero jamás –y digo bien: jamás– la prensa había sido tan influyente como ahora, por la sencilla razón de que nunca antes sus contenidos (información, y sobre todo opinión) circularon tanto ni fueron conocidos y asimilados por tal cantidad de personas como actualmente.

El periódico «El imparcial», fundado en 1867, llegó a tener tiradas de 140.000 ejemplares. Un verdadero éxito, de potencia arrolladora, aunque ni siquiera multiplicando cada ejemplar por 3 ò 4 lectores, y teniendo en cuenta la diferencia en el número de habitantes de la España de entonces y la de ahora, se puede comparar su alcance con el de una noticia u opinión que, hoy, puede ser leída y replicada en internet por millones de personas... «en todo el mundo».