Opinión
La maldad
La maldad tiene muchos rostros y se hace perceptible en cada uno de sus rasgos y gestos. Observar la pasividad del rostro de Patrick Nogueira, condenado por el crimen de Pioz, parapetado tras unas gafas de pasta negra, impasible, aburrido, como si no fuera con él, impresiona; todo actitud. Hablan de terrible maldad, de mente perversa, de cerebro enfermo. Comparar la enfermedad con la maldad es jerga legal, cosa de abogados en la praxis de su trabajo. Pero la sociedad no debería confundir conceptos, aunque sea por respeto a los enfermos. Un enfermo no da miedo, una persona maligna sí porque arrastra el mal hasta alcanzarnos. La maldad y sus máximos exponentes existen desde que el mundo es mundo y es tan visible como palpable. Goethe escribió que nadie sabe lo que hace mientras actúa correctamente, pero de lo que está mal uno siempre es consciente. Divertirse con la crueldad no es afección, es maldad. Eso no hay pastilla que lo cure. Lo demás es literatura.
Los malos no son factoría de ficción. Me sorprende escuchar cuando un lector dice que el personaje de una novela no es creíble porque no existe nadie tan malo. Existe, y seguramente, es peor. No tiene un perfil predeterminado porque la maldad no distingue género, raza, nacionalidad, religión, edad, condición familiar ni profesional. La maldad está en las madres, en los padres, en los médicos, en los periodistas, en los jueces, en las abogadas, en los enfermeros, en los hijos, en los abuelos, en los curas, en los feligreses, en los ateos, en los creyentes, en los ricos, en los pobres, en los intelectuales y en los incultos. Es democrática hasta decir basta. Por eso es letal.
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