Opinión

Hogar

Podemos ver cómo, a lo largo de la historia de la navegación, las banderas constituyeron una excelente forma de comunicarse e informarse. Los barcos mercantes, y los de la armada, se enviaban señales usando banderas, e incluso en nuestros tiempos las banderas son una parte esencial de los códigos de señales de las marinas de guerra. También hay un Código Internacional de Señales que usa una bandera por cada letra del abecedario. Para los barcos, las banderas son tan importantes como para los equipos olímpicos. En su origen, representaban un linaje, una casa real. La rojigualda española tiene esos colores para que se pueda ver desde bien lejos.

Sin error. La bandera, el pendón, también indicaba un bando, una facción. Pocas banderas como la española han sufrido una historia tan intensa de desprestigio. El desdoro al que se ha sometido a la rojigualda española solo es comparable al de la bandera pirata. Bueno, no: porque con la pirata se hacen camisetas y se promocionan conciertos de rock. Y con la española... Pienso en Sheldon Cooper, protagonista de la serie televisiva Big Bang Theory, personaje que encarna a un científico súper dotado y friki con una afición casi patológica por la vexilología (el estudio de las banderas) que le lleva a emitir un podcast en YouTube denominado «Fun with flags» (Diversión con banderas). Sheldon se emociona analizando banderas, la de las Naciones Unidas o las de países que se han separado.

Es tan entusiasta de las banderas que ha confeccionado una para su propio apartamento, una enseña que está incluida en el complicado contrato de alquiler que obliga a firmar a Leonard, su compañero de piso. Hoy, en casi todos los países del mundo (menos aquí), las banderas significan una cosa: el hogar. Representan un refugio. Lo que anuncian sus colores es la seguridad de estar en casa. Pero España lleva cuarenta años identificando su bandera con el franquismo. A pesar de que aquel aguilucho salió volando, despavorido, mucha gente continúa equiparándola con un rancio facherío franquista. Ha acumulado en sus telas tanto desprecio que resulta difícil sacar esa mancha. Así las cosas, como diría Sheldon Cooper: «¿Quién nos salvará de la ignorancia de las banderas? Ahora haré una pausa para darles tiempo a que asimilen todo esto...».