Opinión

Al suelo, prometen

A propósito de la campaña que viene, he escuchado por primera vez completo el discurso de Adolfo Suárez en aquellas primeras elecciones democráticas de 1977. Los diez minutos del “puedo prometer y prometo” -lo repite siete veces- se emitieron dentro de los espacios reservados a propaganda electoral. La sarta de sensateces que preceden a la famosa frase encajarían por otras razones en nuestro hoy -la dictadura entonces, la corrupción ahora-. Suárez no habría tenido mi voto, pero habría hecho dudar a mi yo actual en aquellos momentos convulsos. La retrospectiva viene al caso porque ha empezado la escalada de promesas. Y todos pueden prometer y prometen con la ligereza con la que los niños rellenan su carta a los Reyes Magos. Juanma Moreno se ha pedido crear -¿él?, ¿los empresarios?, ¿los autónomos?- seiscientos mil empleos en sus cuatro años como presidente y combinarlo con una bajada masiva de impuestos, tal cual y sin exageraciones. Por si su equipo no ha hecho las cuentas, estará bajo la presión de “inventarse” cuatrocientos trabajos cada día, 12.000 al mes... En la parte cumplible, se ha comprometido a reordenar hospitales para que los pacientes no se aburran de serlo.

Susana Díaz ha empezado por algo más accesible: libros gratis. Lista como es, ha incluido una de las dos palabras con más tirón de nuestro diccionario -la otra es sexo y no vendría al caso-. La decisión pionera de la gratuidad de libros en los colegios la implantaron sus denostados Chaves y Griñán. El modelo es heredar los libros mientras estén en buen estado. Antes, las familias los estiraban hasta que las páginas se caían. Estudiar con libros machacados era una desventaja, pero se sobrellevaba. Esa senda es la adecuada para hacer la educación completamente pública y gratuita y como promesa electoral tiene a 188.000 familias a la escucha. Ese golpe, unido al de los universitarios que desde este curso se ganan con su aprobado créditos gratis, lanza a Díaz en terreno de Andalucía Adelante. La presidenta falla en el desconocimiento que muestra -forzado o no- sobre la situación real de muchos colegios, donde mamás y papás continúan comprando el papel higiénico para el culito de su hijo. Suena a broma, pero las familias pagan folios, toallitas para las manos y otros materiales imprescindibles para el funcionamiento diario de los centros. El cálculo rápido del coste de la nueva medida son unos 19 millones de euros cada año -suelen costar cien euros por alumno-, un gasto recurrente porque para los pequeños los libros son desechables. La jugada le permite a la Junta acallar de momento las protestas por la falta de aire acondicionado y calefacción en esos colegios, una situación que ha provocado huelga y numerosas protestas este año. Dicho esto, bienvenida sea la campaña si trae mejoras sustanciales en nuestras vidas. Y, cuidado, al suelo que el bombardeo de promesas solo acaba de empezar.