Opinión
Selfie
Que la vida va muy deprisa, lo corroboras en cuanto cumples años y gastas existencia. Quizá por eso inventamos la fotografía, para perpetuar el recuerdo de vivencias, personas y lugares, por si la retina se vuelve perezosa, desmemoriada o debe hacer hueco a lo nuevo por vivir. La fotografía es la memoria de lo vivido pero, últimamente, lo sustituye y corremos el riesgo de no tener historia ni pasado aunque los selfies muestren lo contrario. Hemos pasado del «yo estuve allí» al «mira dónde estuve». Hay lugares que ni siquiera son para ser vividos, mucho menos para hacerse un selfie. Hace días, en los campos de Auschwitz , presencié cómo varias personas se hacían selfies ante una montaña de zapatos, maletas, alianzas de boda o pelo humano de personas asesinadas en esos campos de exterminio. Lo peor no era la autofoto, es que sonrían mientras posaban en el escenario de una de las mayores infamias contra la humanidad.
Y después de hacerla, comprobaban que hubiera salido bien para, de lo contrario, poder repetirla. Hemos convertido el mundo en un parque de atracciones temático, en un espejo en el que mirarnos, borrachos de egolatría y falso protagonismo, cuando debería ser un cristal transparente por el que observar y aprender. Hemos visto selfies de un turista junto al cadáver de una patera naufragada, de un enfermero con una paciente fallecida, de una periodista con personas muertas en Siria, de un policía con un detenido, ya sea narco o líder opositor. Criticamos al ministro italiano Matteo Salvini por hacerse un selfie sonriendo en mitad de una Venecia inundada. Convendría preguntarse si los políticos son un reflejo de la sociedad, de nosotros mismos. Pensémoslo en nuestro próximo selfie.
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