Opinión

Jaula

La I República española es un periodo histórico fascinante. Por delirante. En él se encuentran grandes claves de lo que ahora somos y –con mucha mala suerte–, seguiremos siendo. ¿Qué situaciones políticas se vivían en aquella España (pongamos desde 1871 en adelante)...? En primer lugar, repudio unánime a la monarquía de Amadeo I, tataranieto de Carlos III, pero extranjero al fin, que duró apenas dos años en el trono; tiempo convulso, con seis gabinetes gubernamentales incapaces de controlar la situación y el fondo de la amenaza independentista de Cuba. Además de una guerra civil (carlista) en marcha. Sin mencionar atentados terroristas consumados (a Prim, que era padrino y valedor de Amadeo en España, lo apiolaron poco antes de que el flamante rey pisara Madrid), o magnicidios frustrados (contra el propio monarca), etc. El nuevo rey logró provocar un rechazo tan fuerte y generalizado que unió a toda la oposición, antes muy dividida, en su contra. Y ello a pesar de ser un rey «elegido en el parlamento», cosa inaudita, que contravenía los principios básicos –es decir: hereditarios– de la monarquía, pero que también convirtió su evanescente reinado en un sorprendente hecho democrático. Fue este extranjero, un apuesto pornógrafo de estupefacta majestad, que sucedió a una reina Isabel también con cierta fama de lasciva (y eso que la sobresaltada España de la época no fomentaba la ociosidad, precisamente), quien mejor definió a la nación de entonces, y cuyas palabras, famosas y archicitadas, ojalá no sirvieran también para describir a la de ahora: «Io non capisco niente. Siamo in una gabbia di pazzi» («No entiendo nada. Estamos en una jaula de locos»). España no quería a Amadeo –que a los españoles, mal nutridos y mosqueados, les parecía un guiri usurpador–, y el hombre tuvo la prudencia de salir por piernas sabiendo que aquello (aquello: o sea, España) no lo arreglaba nadie. Y menos él, que ni hablaba español. Su voz no estaba llamada a destacar en el gallinero nacional, dentro de la jaula de pirados en que se había convertido el país. Los pies en polvorosa de Amadeo dejaron paso a la «justa, santa y noble República federal». Y a los golpes de Estado, radicalismos, cantonalismo, paro, quiebra, «indescriptible confusión» (Galdós dixit)... No fue nuestro primer disparate nacional. Ni sería el último.