Opinión

F/r/actura

El geógrafo y ensayista francés Christophe Guilluy, que proviene ideológicamente de la izquierda, en un polémico libro, se hacía una pregunta sencilla, lógica, pero inquietante: en el debate intelectual de nuestros tiempos siempre hay una crítica sin fisuras, que ha pasado a ser incluso políticamente correcta (añado yo), contra los bancos, la oligarquía y los ricos; sin embargo, justo esa «odiada» élite ha logrado imponer su sistema de mundialización –toda una mentalidad–, especialmente a las clases sociales que han resultado perjudicadas bajo ese modelo económico, que no les gusta, ni han elegido, y que las condena a la irrelevancia cultural y económica... ¿Cómo ha podido suceder? Porque es evidente que la globalización ha dividido a la población en tres bloques bien definidos: los ganadores (las élites, la nueva burguesía, que obtiene beneficio de ella), los protegidos (migrantes, sobre todo, porque suministran «mano de obra barata»), y los perdedores (las tradicionales clases medias y populares occidentales, que pagan la factura).

La neo-burguesía, que defiende la sociedad abierta, se limita a aprovecharse de los beneficios de la globalización, y se permite mantener un discurso de superioridad altruista y abolición de fronteras. Acaparan riqueza, buenos empleos y poder político y cultural. Los efectos indeseables de la multiculturalidad (inseguridad, violencia y desempleo) no les afectan. Son ganadores: están amparados por el sistema. El «problema» lo tienen quienes Guilluy denomina la Francia periférica, la América periférica (de Trump), y hasta la Suecia periférica..., donde se cuece la insatisfacción de los perdedores, de una clase media esquilmada, que ha nacido y crecido en Occidente, pero que ha sido expulsada de «sus» ciudades y suburbios (burbujas inmobiliarias, gentrificación, etc.) donde ahora se han asentado migrantes (de servicio) y élites.

Mientras, la antigua clase media –que hasta ahora había sido el sostén de la democracia– se sabe desasistida, obligada tributaria al pago económico y social de la enorme factura globalizadora, y culturalmente desarraigada. El modelo de mundialización anglosajón lo habrían impuesto dichas élites sin violencia, suave y progresivamente. Un éxito histórico, porque quienes lo soportan, los perdedores –clase media trabajadora–, no se han resistido. Como mucho, su voto se escora hacia «partidos populistas» (de «derecha extrema»), muy desprestigiados, unánimemente repudiados, de las élites hacia abajo. Porque las élites, además, poseen el monopolio de la «correcta» opinión pública.