Opinión
Clases
Existen «clases» sociales (niveles, estamentos) protegidas frente a la globalización: migrantes, funcionarios, jubilados... De momento. No sabemos por cuánto tiempo los jubilados occidentales, especialmente los europeos, podrán contarse como clase privilegiada (sí: a pesar de sus legítimas quejas económicas), dado que el sistema de pensiones –una de las joyas de la conquista democrática– es más débil, incluso, de lo que parece. ¿Hasta cuándo resistirá tal como lo conocemos? La jubilación, en cierto modo, ha permitido a la parte veterana de las clases populares acceder a una magra tranquilidad financiera, a un cierto acomodo de estatus que, durante su vida laboral activa, muchos de esos ciudadanos nunca tuvieron. Por mínima que sea la pensión, hasta la fecha está asegurada de por vida, con lo cual la proyección a futuro (con una esperanza de vida cada vez más larga) permite asumir alguna planificación; tranquilidad de la que carecen ahora las antiguas, deprimidas y descapitalizas, clases medias trabajadoras, que suelen vivir «a salto de mata», presas de la angustia por el mañana y sus nuevos impuestos. Pequeñas pensiones han logrado grandes cambios en la vida de mucha gente, hasta ahora. La jubilación ha sido –sigue siéndolo, en lo que respecta al imaginario colectivo– un espacio de reserva, de justicia social, intocable. ¿Cuánto aguantará esa protección en un escenario económico global cada día más incierto, cambiante...? Otro gran estamento que se encuentra preservado, a resguardo de los vaivenes propios de estos tiempos de inquietud financiera, es el funcionariado. Hasta la presente, se halla a salvo del descomunal trasvase de recursos que la globalización ha provocado (desde Occidente hacia algunos países antiguamente llamados «en vías de desarrollo») y que ha precarizado de una manera brutal a esas antiguas clases medias «autóctonas». La población funcionaria, lejos de disminuir, experimenta un lento pero imparable crecimiento en España, donde se viene usando (quizás en algunas regiones más que en otras, pero en todas sin excepción) el trabajo «público» como pago clientelar. El clientelismo, de honda raigambre nacional, se practica así a través del voto cautivo, aunque también del «cronyism», el capitalismo clientelar, o amiguismo, que proporciona recursos del Estado a empresas poco productivas, pero en las que funciona la puerta giratoria para expolíticos que garantizan «la subvención». (A ver cuánto dura la fiesta).
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