Opinión

Experiencia

La experiencia está de moda. Lo material, orgánico y sensitivo, gusta y se valora sobre todas las cosas. Vivimos una época de materialismo 4.0. No dialéctico, ni histórico. Ansiosamente sensorial. La sensación y la percepción mandan por encima de la representación, que a veces incluso carece de sentido, valga la redundancia. Basta pasear por las aceras de una gran ciudad para darse cuenta de que hay muchos negocios (viejos y nuevos) que cierran porque no soportan los tiempos; solo prosperan (aunque sería más correcto decir que «se mantienen») aquellos que ofrecen «experiencias» (restaurantes, hostelería singular, juegos, spa...). En el futuro, es posible que casi todos los comercios físicos desaparezcan de las calles, salvo los basados en la experiencia sensorial inmediata, y otros que sirvan de recuerdo nostálgico, de muestra sentimental temática de lo que fue una era con tiendas físicas donde la gente «perdía el tiempo» yendo a comprar personalmente. El nuevo materialismo sensitivo impulsa a los consumidores a gastar su dinero en comida y viajes antes que en ropa: el mundo se mira, se come. No solo el cambio climático está trastornando las cifras del negocio textil, tan importante hasta ahora en la economía contemporánea. Los consumidores prefieren sentir a través del estómago u otros órganos, más que ofrecerse para consumo visual de los demás llevando un abrigo nuevo cuando, además, nadie sabe muy bien en qué fechas empieza y acaba el invierno. Las rebajas ya no son lo que fueron. Antes, eran un metrónomo estacional. Acompasaban a las estaciones, que hacían su entrada puntualmente. Como si alguien diera la orden desde los cielos, caían a su hora las nubes, las lluvias (siempre escasas en España), las nieves de antaño... Hoy las cosas son distintas. El armario, hasta hace poco había obrado una auténtica revolución social democrática, vistiendo a señoronas y reponedoras de supermercado de la misma manera gracias a las grandes empresas textiles, que abarataron y dignificaron la ropa... Pero la moda empieza a dejar de tener ese gran tirón de compra compulsiva que había dinamizado al sector hasta hoy. Por si fuera poco, hemos llegado a un punto en cuestión de tendencias en el que casi todo vale e ir vestidos de una manera u otra ya no «iguala» socialmente a nadie... porque no significa nada.