Opinión

Muerto y resucitado

Quién se lo iba a decir a Juanma Moreno. Hace solo unos meses, en la antesala de las elecciones andaluzas, el entonces líder popular, afín a Sáenz de Santamaría, andaba en la cuerda floja dentro de su propio partido. La recién estrenada dirección popular no tenía tiempo de buscar a otro candidato, pero sabía que una victoria en el Sur era ese balón de oxígeno que necesitaba el nuevo PP para legitimarse. Pablo Casado se volcó de inmediato en la campaña andaluza, y la promoción de Moreno se convirtió en su objetivo prioritario. Lo mismo hicieron los naranjas, con Inés Arrimadas instalada en su casa de Jerez. Acabar con cuatro décadas de hegemonía socialista era utópico en Andalucía, con su corazón clavado desde siempre en la izquierda ideológica. Era un imposible... hasta el 2 de diciembre.

Mira tú por dónde, ese día a Juanma Moreno se le abrieron las puertas del cielo. A su favor jugaron la abstención de los socialistas hastiados y el voto de castigo, vía VOX, de los conservadores indignados. Cierto que no le sonrieron las urnas, aunque sí la aritmética electoral. A su favor –esto hay que subrayarlo– se le ha detectado capacidad negociadora. Sus reuniones con Ciudadanos y VOX, cristalizadas ahora en fotos y en acuerdos firmados a dos bandas, de entrada, hablan bien de su talante y del de otros responsables del PP.

A Juanma Moreno podemos colocarle ya la etiqueta de superviviente. En un abrir y cerrar de ojos, se ha mudado del desahucio a San Telmo, ha pasado de la muerte a la resurrección, en uno de esos giros políticos apasionantes que nos brindan, de vez en cuando, los partidos patrios. Me recuerda su caso al de Pedro Sánchez. El andaluz tendrá que aprender a caminar erguido, cual funambulista, con una mano agarrada a los naranjas y la otra, rozando –sin quemarse– a los emergentes VOX. El madrileño –lo vemos a diario– da una de cal y otra de arena al independentismo catalán, todo vale con tal de sujetarse al cargo.

Moreno Ceniciento es hoy Moreno Príncipe: un barón popular de peso y, en cierta manera, un frágil conejillo de indias, un experimento piloto. Yo, que no soy de nadie, aplaudiré a quien levante y mejore mi tierra. Ojalá él lo consiga.