Opinión
Suyo
El nacionalismo, reliquia de siglos pasados, ha hecho fortuna (literalmente) por estos pagos, consiguiendo además el milagro de vestir de supuesta modernidad lo que la historia superó hace tiempo. Esa es una de las peculiaridades de los nacionalismos que florecen (por usar un eufemismo, más que una metáfora) en España. Toda visión del nacionalismo debería ser crítica, conociendo sus sombras, las profundas heridas que ha dejado en la Europa del siglo XX, sin ir más lejos.
Pero reconozcamos que, en nuestro país, los nacionalismos llamados históricos, durante la democracia y mucho antes, están escribiendo el relato, la gesta casi, de un éxito económico sin precedentes: verbigracia, los nacionalismos vasco y catalán han logrado atraer recursos monetarios e inversiones a sus territorios muy por encima de los conseguidos por el resto de autonomías, lo que se ha traducido en un mayor desarrollo y nivel de vida para sus habitantes. Basta comparar las cifras económicas de Extremadura –donde, que yo sepa, el nacionalismo extremeño no ha existido jamás– con las del País Vasco, para deducir que la política y constitucionalmente cacareada «igualdad» entre españoles es una auténtica falacia, un engañabobos consuetudinario.
Las comunidades, o ciudades autónomas, donde existe mayor riesgo de pobreza son Extremadura, Ceuta, Andalucía, Canarias... Por el contrario, Navarra y País Vasco, lideran las que menos posibilidades proporcionan a sus ciudadanos de rebasar el umbral de la pobreza (fijado en un 60% de la media de ingresos nacional). Andalucía, Ceuta, Melilla y Extremadura también encabezan la lista del desempleo, según la EPA. Por no hablar de la sorprendente y desigual comparativa del PIB de las comunidades, sus salarios medios, índices de abandono escolar, recursos destinados a servicios sociales, educación, sanidad, etc...
Todo ello puede hacernos sospechar que quizás, y a pesar del tremendo coste que han supuesto sus excesos (terrorismo, desestabilización política y económica...) el nacionalismo puede haber obrado como motor de desarrollo en las regiones que lo han promocionado. Un desarrollo, claro está, que se ha producido por la ganancia en el reparto de recursos comunes, muy por encima de otras regiones «no nacionalistas». Pues hablamos de nacionalismos singulares, que se baten en la defensa, con uñas y dientes, de «lo suyo» o para lo suyo. Y además, en España, quien no llora no mama. Quod erat demonstrandum.
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