Opinión

Promesa

Corría el año 1981 cuando la emblemática revista «El viejo topo» publicó un juego de humor inventado por estudiantes polacos para poner en evidencia la vacuidad de los discursos políticos. Idearon cuatro listas de fórmulas discursivas que se pueden leer y combinar de manera aleatoria.

Enlazando una expresión de la primera columna, con las del resto, se obtenían frases esperanzadoras, de esas que parecen decir algo siendo en realidad la más pura expresión de la nada. Primer listado: 1. Queridos colegas. 2. Por otra parte. 3. Asimismo. 4. Sin embargo. 5. De igual manera. Segunda lista: 1. La realización del deber. 2. La complejidad de los hechos. 3. El aumento de actividad. 4. La estructura actual. 5. El inicio de la acción general. Tercera lista: 1. Obliga al análisis. 2. Ayuda a la preparación. 3. Exige la precisión. 4. Cumple en la formación. 5. Facilita la creación. Cuarto listado. 1. De las condiciones. 2. Del desarrollo futuro. 3. Del sistema participativo. 4. De nuevas propuestas. 5. De admirables modelos... Prueben a escoger un ítem de cada lista: 1+2+3+4, léanlos uno detrás de otro y verán cómo de tamaña combinación de palabras resulta una locución tan grandilocuente como absurda, pero promisoria. Por ejemplo: «Por otra parte, la complejidad de los hechos exige la precisión del sistema participativo». (Toma ya). Nadie podría resistirse ante una declaración como esa saliendo de la boca de un prometedor político (valga la redundancia, dado que todos los políticos son «prometedores», o sea: que prometen muchísimo).

El ejercicio del pitorreo ciudadano es una de las pocas armas antiguas de defensa que aún se pueden permitir (no sabemos por cuánto tiempo) los contribuyentes ante los poderosos. Los grafitis no los inventaron unos gamberros urbanos, la grafía política burlesca es un impulso de la inteligencia, la autodefensa y la dignidad humanas, que probablemente ya estaba presente en los pobladores de Altamira.

En un escrito de hace 2.300 años, el Primer Ministro brahmán de Chandragupta contabilizaba «por lo menos cuarenta maneras» de malversar fondos del Estado. Pero la corrupción no solo tiene que ver con el dinero público. Una forma de inmoralidad y degradación es también la promesa huera: la mentira descarada con que subyuga el político «prometedor» a quien ingenuamente cree en él, y lo vota.