Opinión
Dar con Julen
Ojalá que cuando leas estas líneas el pequeño malagueño haya sido localizado de las profundidades de la montaña de Totalén. Ojalá no acierten los expertos que alargan el momento del rescate a cuatro días más. Ojalá todos los esfuerzos sobre el terreno, titánicos, culminen cuanto antes en un final feliz, en un milagro de película. Este país nuestro tendrá sus defectos, pero la tragedia mediática nos agranda el corazón, a pequeña y a gran escala: somos líderes mundiales en donación de órganos; somos líderes locales en hospitalidad y ahí están, para demostrarlo, los vecinos de El Palo con su acogida ejemplar a los mineros, a los bomberos, a los reporteros, a todo aquel que aterriza por allí, a cuenta de Julen. «Que no les falte de nada a esta buena gente que viene a salvar a nuestro niño», comentan los vecinos de El Palo mientras ofrecen casa, comida, lo que haga falta, al forastero. España se mimetiza con el dolor de una familia, España se angustia al ver ese estrecho pozo que nos va mostrando una cámara, a lo largo de dos minutos en su camino, tierra abajo, hasta un fondo compacto, de barro y piedras. Hacia una pared que es un abismo incomprensible. ¿Dónde estás, Julen? España se derrumba al escuchar a esa abuela tuya que no cree en Dios, porque Dios no permitiría tanto sufrimiento y desdicha en una misma familia. Tendrías que aparecer ya, Julen. Por los tuyos y por los demás que siguen, con el alma en vilo, cada rueda de prensa que ofrecen la guardia civil, la subdelegada del Gobierno y los ingenieros de minas para informar de tu búsqueda.
Una tragedia de semejante magnitud empequeñece el resto de la actualidad. Aún no hemos visto a líderes políticos de enjundia visitar la zona cero de Totalén, menos mal. Unos cuantos se quedaron a un par de horas de allí, asistiendo al fin del imperio socialista andaluz. La foto de la multitud rodeando al recién investido presidente Moreno Bonilla, como si de una estrella del rock se tratara, resume la magnitud del cambio. Más al norte, en Madrid, otros políticos arreglan, mano a mano con Cataluña, sus presupuestos de la desigualdad. El mundo sigue girando y nosotros lo contamos, pero nuestros ojos se han clavado en una montaña.
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