Opinión

#Globalization4

Uno de los temas más candentes de este año en el Foro de Davos, es el aumento de la desigualdad y la pobreza en el mundo. Especialmente en zonas que, como la nuestra, empezaban a «no» estar acostumbradas al aumento de la miseria, sino todo lo contrario: a pensar que la prosperidad y el crecimiento serían ilimitados. En Davos (Suiza) se reúne la élite del planeta –banqueros, multimillonarios, jefes de gobierno, estrellas del show-business, ONG, sociedad civil, aristócratas ociosos dedicados a hacer buenas obras, grandes empresarios, activistas, prensa...– para debatir sobre los problemas que consumen a los habitantes de la Tierra. El Foro Económico Mundial tiene la ambición de –nada menos– que mejorar el estado del mundo, identificando sus retos, problemas y desafíos. Para ello, cuenta con miles de personas influyentes que acuden a él, y que son una suerte de embajadores de las soluciones ahí propuestas. La cuarta ola de la globalización está dejando una cantidad asombrosa de pobreza, como los restos de un naufragio que llevara la marea hasta la playa de la historia.

La cuarta revolución industrial que vivimos está cambiando la faz del planeta –ya lo ha hecho– de manera sorprendente. Por ejemplo, el año pasado los multimillonarios aumentaron su riqueza en un 12%, mientras los 3.800 millones de pobres del mundo la redujeron en un 11%. No es casual que ese 11% que perdieron los pobres se traduzca en el 12% de aumento para los ricos (parece un auténtico trasvase de fondos de un grupo a otro). La libre circulación de capitales está haciendo que la riqueza se escape hacia aquellos lugares donde no la gravan con impuestos abusivos. Curiosamente, ante el hecho probado de que los recursos públicos disminuyen cuando el dinero huye de países con impuestos extremistas, buscando paraísos fiscales, la reacción de políticos tributariamente voraces, y bien pensantes ingenuos pero dañinos, es exigir aún «más» barreras y «más» impuestos, aunque esté demostrado que no hay obstáculos que frenen los flujos internacionales de dinero, mientras que los infiernos fiscales, donde la pobreza se afianza, son unos eficaces generadores de miseria colectiva. En buena parte de la confiscadora Europa, la precariedad devora a la población como un tumor maligno. Y es que los infiernos fiscales terminan siendo infiernos sociales, sobre todo.